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Actualizado: 24 de junio de 2025


Se lo acababan de decir al salir del Café de París, con el palillo todavía entre los dientes. ¿Quién? Un personaje que entra y sale en la Rosada, como Pedro por su casa: tal ministro se apretaba el gorro, porque el que todo lo puede, se lo había sumido hasta las orejas. O si no era algo muy feo, descubierto en cierta repartición, o algo peor atribuído a algún fantoche de las esferas oficiales.

Se quitó el gorro y se lo encasquetó después de un golpe seco, lo que es en él señal de la más violenta agitación. , Máximo, eso es lo que ella querría, el bautismo... El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo... Toda la Trinidad... Es mucho, señorita, es mucho... Máximo dijo con dulzura un tanto desdeñosa: Cuando se toma lo sobrenatural, no hay que disputar por la cantidad.

Tráeme el gorro y no tomes ese aire desesperado... Vamos, ven acá... Algo hay de bueno, después de todo, en esa cabecita. ¿Dices que temías, hablando, ceder a algún deseo secreto? ¿Es ese tu pensamiento? Responde... ¿Es que amas a Máximo? Yo estaba como una acusada, con la cabeza baja, y no tenía valor para responder. Mi padre continuó: Lo sospechaba... lo amas. ¿Dónde está el mal?

continuó, persiguiendo su idea y la colocación del gorro fugitivo en sus hermosos cabellos blancos, , por mucho que busco, no veo nada particularmente glorioso en el hecho de tener veinticinco años. Abuela respondí afectando una expresión escandalizada, a los veinticinco años es cuando aparece solamente la segunda y durable gracia de la fisonomía...

Nosotros no le hacíamos caso, seguíamos remando, y él, más enfurecido gritaba: ¡Ladrones! ¡Piratas! ¡Corsarios! Ojalá os muráis de repente. Entonces Zelayeta, que a veces tenía mala intención, le decía: Vamos a vender tu lancha. ¡Llora, Shacu! Y a él le entraba tal desesperación, que pateaba, tiraba el gorro rojo al suelo, y casi comenzaba a llorar de rabia.

Entonces conoció Fermín a su «ángel protector», como él le llamaba; al hombre que, después de Salvatierra, era el dueño de su voluntad, a Dupont el viejo que, viéndole un día, recordó vagamente ciertas muestras de respeto, ciertos pequeños favores a su casa y a su persona, en la época en que aquel infeliz iba por Jerez con aire de amo, orgulloso de su gorro colorado y de las armas que hacía resonar a cada paso, con un estrépito de ferretería vieja.

No le deseaba la muerte, pero hubiérale visto con gusto descender a la tumba, con tal que se llevase a ella el secreto. Jacobo preguntó: ¿Te acuerdas de aquella noche en que se te quemó el gorro de dormir en el Grand Hôtel?...

Inmediatamente se escuchan unos pasos; suenan cerrojos y cadenas; se abre la puerta y aparece el capitán envuelto en una bata que había sido verde esmeralda, luego fué verde malva y ahora era gris plomo. En los pies babuchas y en la cabeza un gorro de terciopelo negro con borla de seda. ¿Qué te ocurre, hija mía?

Decía que el gorro de dormir era una punta que atraía los atributos de la infidelidad conyugal. Pero aquella noche había tenido frío, y a falta de gorro de algodón o de hilo, se había cubierto con el que usaba de día, aquel gorro verde con larga borla de oro. Ana vio y oyó que en aquel traje grotesco Quintanar leía en voz alta, a la luz de un candelabro elástico clavado en la pared.

En la cueva de Caracas solían estar a todas horas, de tertulia, un borracho, que se llamaba Joshepe Tiñacu, y un tipo mediotonto, de blusa azul y de gorro rojo, que vigilaba las lanchas, apodado Shacu. Zelayeta y yo intimamos con aquellos y otros avinados personajes, al ir a ver cuándo concluía Caracas nuestro barco.

Palabra del Dia

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