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Actualizado: 20 de junio de 2025


Ningún sabio tampoco logró la dicha de poseer una compañera que con más diligencia supiese aplicar adecuados coscorrones á la familia para que no turbasen sus meditaciones. Mas, aparte de esta preciosa cualidad, hay que confesar que la esposa del tío Goro no se mostraba digna de él en la mayoría de las ocasiones.

Por otra parte, el capitán había resuelto comprar con la dote de Demetria algunos prados y tierras labradías en la parroquia de Entralgo para que allí se asentasen. Flora rogaba por Dios y por la Virgen que no la apartasen de aquella amiga tan querida que por afinidad era ya próxima deuda de su padre. Al día siguiente de este insignificante suceso se amasaba la borona en casa del tío Goro.

Tampoco el tío Goro encontró allí á su hija aunque la llamó repetidas veces en alta voz. El agujero de la chimenea recién abierta estaba disimulado por la maleza y no pudo verlo. Dió la vuelta á casa. Tanto él como su esposa comenzaron á sentir zozobra. Bajó á Entralgo por si acaso su hija se hallaba con Flora. No la halló ni supieron darle razón de ella.

El capitán se colocó en fila con los demás y se puso á bailar con tal primor y tan concertadamente que pocos entre los jóvenes pudieran competir con él. Y en verdad que era espectáculo raro y gozoso á la vez el contemplar á aquel anciano moverse con tal agilidad y donaire. Ninguno más suelto y elegante. La precisión y cadencia de sus pasos eran tan perfectas que en esto, ya que no en el brío, sacaba ventaja á los demás. Los jóvenes palmoteaban. Á algunos viejos se les saltaban las lágrimas recordando sus tiempos de juventud. El tío Goro decía sentenciosamente dando chupetones á su pipa: ¡

Al llegar la hora de retirarse y hacer la cuenta, Martinán decía sin vacilar: «Manuel tiene diez y siete; el tío Goro trece; Pepón treinta y cuatro, etc.» ¡Maravilloso cerebro que aun elevándose á las más altas esferas de la filosofía no abandonaba la inspiración matemática! En este momento se debatía la cuestión de las minas y del ferrocarril proyectado para extraer sus productos.

Duró esta creencia ó presunción algunos años. Sin embargo, al cabo, por algunas circunstancias que á su atención se ofrecieron, Regalado vino á sospechar que se hallaba en un error, que Demetria, si bien no era hija del tío Goro, tampoco lo era del capitán. Buscó, investigó, caviló. Todo fué inútil.

Sin embargo, pronto se llega la hora de partir. La desdichada Felicia no tiene fuerzas para acompañar á su hija y queda en casa exhalando gemidos. Un grupo numeroso de zagalas y en medio de él Demetria desciende por la calzada de Entralgo. Detrás marchan también algunos hombres que rodean al tío Goro. En Entralgo los esperaba ya Regalado con los caballos enjaezados.

Más por complacerla que por esperanza de obtener resultado alguno, Nolo consintió en recorrer los montes que dominaban el castañar del tío Goro. Vagaron por ellos á la ventura sin tropezar ser viviente. Al cabo divisaron entre los árboles una luz. ¿Dónde estamos? preguntó Felicia que con la pena y tanto paseo se había mareado. Cerca de la cabaña de Pepa la Pura.

El tío Goro aparecía siempre solo. El joven le ayudaba con solicitud en todos los menesteres que el ganado y el cuidado de su campo exigían, procurando captarse su afecto, pero no osaba preguntarle por ella. Poco á poco el deseo de verla se fué convirtiendo en anhelo, luego en afán irresistible. No sabía lo que le pasaba; ni tenía aliento para trabajar ni para divertirse en las romerías.

Felicia salió con un vaso y una botella en las manos: escanció el rojo licor de Castilla y lo ofreció liberalmente al gaitero y tamborilero. Que usted la goce muchos años, tía Felicia, y que esa manzanita encarnada que está al balcón no se la coma ningún pícaro, sino un hombre de bien como el tío Goro... La Virgen del Carmen las proteja... Adiós... adiós...

Palabra del Dia

vorsado

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