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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Una vez libre de cruzar las aguas del lago, en las cuales llegó á enseñorearse, á fines de Junio, y mientras el general Francisco Estéban Gomez, por enfermedad de Montilla, se dirigia contra Maracaibo, Morales reforzaba su escuadrilla con dos goletas que el capitan Laborde traia de Curazao.

El príncipe y la duquesa se separaron un poco en el banco y permanecieron en silencio: él mirando al suelo, preocupado y cejijunto; ella con los ojos en la raya del horizonte, siguiendo la lenta marcha de las goletas, que habían combado sus alas bajo la brisa precursora del crepúsculo. La tenacidad con que Miguel ponía su vista en el suelo hizo que Alicia se equivocase.

Las embarcaciones de un tonelaje elevado, tal como navíos, fragatas y corbetas, aun maniobrando con mucha prudencia, tienen mucho que temer de ese viento; pero las goletas, tartanas y faluchos, tienen todas las probabilidades posibles de zozobrar.

Miró, uno á uno, todos los botes automóviles, las balandras de regatas, los barcos de pesca y las goletas de cabotaje fondeadas en el pequeño puerto de la isla del Huevo. Quedó inmóvil ante las olas mansas que peinaban sus espumas en los peñascos del malecón bajo las cañas horizontales de varios pescadores burgueses. De pronto vió á Freya siguiendo la avenida por el lado de las casas.

Atacado de improviso por dos bergantines, despues de una vigorosa pero inútil pelea, con pérdida de las goletas, se retiró á Trinidad, donde impetró el auxilio de los ingleses y muy particularmente el de Cochrane, almirante de la escuadra que estacionaba entonces en las islas de Barlovento.

Entretanto, reunido á Brion, el Libertador disponia de siete goletas armadas de guerra y se hacia á la vela del puerto de Anquin con 250 hombres, el 30 de Marzo, acompañado de Mariño como jefe de estado mayor, del coronel Cárlos Soublette en calidad de segundo y, además, del ilustre granadino Francisco Antonio Zea, de Piar, del escocés MacGregor y del coronel Pedro Briceño Mendez, secretario suyo.

A los diez y seis años hice un viaje no muy feliz a Terranova, de grumete. Casi todos los vascos que íbamos a la pesca del bacalao nos reuníamos en Saint-Malô; arrendábamos unas cuantas barcas y marchábamos a pescar a las islas de Saint-Pierre y Miquelon; pero los arrendadores nos daban goletas viejas sin condiciones marineras, llenas de agujeros tapados con estopa.

A través de los fustes rectos de la arboleda se veían cinco goletas, inmóviles en el horizonte, con el velamen caído. Una cinta de humo acompañaba las evoluciones de un torpedero sutil rondando como perro protector en torno de este rebaño blanco y tímido. Al asomarse á los balconajes de piedra se veía el mar á una profundidad enorme.

Desde allí se veían los mástiles entrecruzados de las fragatas y bergantines, de las goletas y pailebots. Había en el cuarto, en un armario, varios libros, y entre ellos el Diccionario filosófico de Voltaire. Este libro es mi amigo me dijo el viejo, señalándolo. ¿No es usted religioso? le pregunté yo. No, no. No creo en supersticiones.

Suelo ir a ver a Shempelar, sobre todo si tiene obra nueva, y hablamos; pero mi paseo constante no es hacia el río, sino hacia el muelle; veo cómo pescan en Cay luce, y cómo van entrando las barcas de bonito y las goletas de cabotaje; oigo, riendo, las riñas en vascuence de las mujeres a los chicos, porque todas estas mujeres de mar tratan a la prole a fuerza de chillidos, como si imitaran a las gaviotas, y cambio algunas palabras con los pescadores.

Palabra del Dia

atormentada

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