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Había vuelto á ser mujer: hablaba plácidamente con él, sonreía á les gendarmes encargados de su custodia, hacía elogios del ejército... «Unos franceses, unos caballeros, eran incapaces de matar á una mujer...» El maître no se sorprendió al ver el gesto triste y enfurruñado de los militares al salir de su deliberación.

Freya lo contempló un momento, encontrándolo interesante, mientras el joven evitaba su mirada. Con un ademán de reina de escenario repelió el pañuelo blanco que le ofrecían para vendarse los ojos. No lo necesitaba. Las monjas se apartaron de ella para siempre. Al quedar sola, dos gendarmes comenzaron á atarla con la espalda apoyada en el poste.

¡Que no disfruto de nada! ¿ crees que no es nada burlarse de los gendarmes, de los investigadores, de los carabineros, irritarlos, despistarlos y oír decir por todas partes: «Ese granuja de Marcos, ¡qué listo es!... ¡Cómo hace lo que quiere!... Es capaz de acabar con todo el Estado...» Y esto y lo otro. ¡Je, je, je! Te aseguro que es el placer mayor del mundo.

Empezó el desfile de neófitos. El escribano leía nombres, y avanzaban entre dos gendarmes los que debían recibir el bautizo, descalzos, sin más traje que las ropas interiores o un simple pijama. Eran pasajeros de primera clase que accedían a tomar parte en la ceremonia, y cuya presencia saludaba el público con gritos y aclamaciones.

Se llevó el emisario una mano al pecho en busca de un pito marinero, lo hizo sonar, e inmediatamente entraron en el comedor dos gendarmes alemanes de ridícula traza, con el casco abollado y pequeño para sus cabezas enormes, levitas angostas, pantalones cortos y un sable herrumbroso batiéndoles el flanco. La gente, al verles aparecer, rio con más espontaneidad que en la entrada de Tritón.

De todos los robos del Chucro ninguno consternó más que el de Pepa la Gallega. Su marido y sus hijos ayudados por los gendarmes, buscáronla sin descanso, hasta en las islas más próximas a la costa. No se la halló ni viva ni muerta, y diósela por muerta.

Cuando Martín empieza a notar que lo engañan, se apodera de él el desaliento. Regresa al molino y se encierra por dos días en su despacho. Durante ese tiempo, se pregunta si no sería conveniente pedir ayuda a los gendarmes de Marienfeld. Con su autoridad, sería fácil arrancar la verdad a la gentes.

Así hacía cerca quinientos años había matado también a traición Velche de Micolalde, deudo de los Ohando, a Martín López de Zalacaín. Catalina se desmayó al lado del cadáver de su marido. El extranjero con la gente de la fonda le atendieron. Mientras tanto, unos gendarmes franceses persiguieron al Cacho, y viendo que éste no se detenía, le dispararon varios tiros hasta que cayó herido.

También conocía él este palacio, puramente de aparato y deshabitado, pues el príncipe reinante, en las cortas visitas á sus dominios, prefería vivir en su yate. Primeramente llamó su atención la guardia del edificio. Los soldados de Mónaco, viejos gendarmes franceses, habían partido á la guerra, y una milicia nacional se encargaba de sustituirlos.

Queremos llegar á nuestro fin á toda costa y cuando hayamos probado que era usted una víctima y no un culpable y que se le tenía encerrado á consecuencia de un monstruoso error judicial, veremos si en el país de la audacia y de la generosidad hay gendarmes para detenernos y jueces para castigarnos. Yo no tengo ningún remordimiento, ninguna inquietud, ninguna vacilación. ¡Y este viaje me encanta!