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Actualizado: 3 de junio de 2025
Sus voces eran gemidos; pero no lloraron, no se atrevieron a besarse, a estrecharse las manos en presencia del mediquillo burlón y de aquellos enfermos que les miraban fijamente. Ella se alejó por un corredor obscuro, precedida por el médico. Su paso vacilaba... pero no quiso volver el rostro atrás, como si temiese perder toda su firmeza.
Ningunos gemidos, sin embargo, tan perfumados; ningunos gritos de horror tan rítmicos, como los lanzados por la pluma del espiritual Pedro López en el artículo El primer paso, que publicaba aquella tarde La Flor de Lis.
Con las voces y gemidos de Sancho revivió don Quijote, y la primer palabra que dijo fue: -El que de vos vive ausente, dulcísima Dulcinea, a mayores miserias que éstas está sujeto. Ayúdame, Sancho amigo, a ponerme sobre el carro encantado, que ya no estoy para oprimir la silla de Rocinante, porque tengo todo este hombro hecho pedazos.
Al volver los campesinos oyeron gemidos sofocados, pero no les hicieron caso al principio. Como siguieran oyéndolos, salieron de la choza y vieron a la monstruosa serpiente, que tenía envuelto al muchacho, aún vivo, entre sus anillos.
Generalmente, estaba con los ojos cerrados, exhalando leves gemidos. Sólo cuando Ventura entraba en el cuarto los abría para clavarlos en ella con una expresión fija de angustia y reconvención. El sacerdote a quien se llamó, se vió obligado a confesarla por señas.
Presentíase allí una de esas catástrofes sumamente grandes para caber dentro del hogar, y que se desbordan hasta el exterior. Cuando llegué, percibí gemidos sollozantes. Salían del fondo de un pequeño corredor, de dentro de una gran habitación atestada y clara como una sala de estudios.
Lo repitió mentalmente varias veces: nada le importaba. No eran amantes ni existía entre ellos un afecto profundo. ¡Pero el hijo!... Se acordó de la escena de la mañana, con sus gemidos y sus lágrimas. Y la madre estaba allí, entregada por completo á la voluptuosidad del azar, insensible á todo lo que no fuese su torpe afición.
La noche del enterramiento, al bajar el campanero de tocar el Angelus, le pareció oír gemidos bajo las losas sepulcrales. Lleno de espanto fuese en seguida el campanero a dar cuenta a las gentes del castillo de lo que había oído. Acudieron inmediatamente así el marido como sus desconsolados deudos y sirvientes y oyeron en verdad la voz subterránea.
Alcánzala, busca; el corazón te dirá cuáles son los afectos de tu amada. Nada. El amante sigue pidiendo a suspiros y gemidos las tiernas prendas, y la trapera sigue pobre su camino. Todo por no entenderse. ¡Cuántas veces pasa así nuestra felicidad a nuestro lado, sin que nosotros la veamos!
Después de besar repetidas veces las heladas mejillas de la pobre niña, dieron por terminada su piadosa obra. Allá, en lo más hondo de la casa, sonaban gemidos de hombres y mujeres.
Palabra del Dia
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