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Actualizado: 3 de junio de 2025
Hasta a los gringos de las balleneras se les cae la baba cuando canta usted. Los resuellos chillones del acordeón habrían seguido, junto con los gemidos de la guitarra, si las músicas militares no hubiesen anunciado que la columna, formada ya, se ponía en marcha a lo largo del muelle.
Muestrase allá la justicia En castigar la maldad, Muestra acá la crueldad Quanto puede la injusticia. En tan amarga querella Quién detendrá los gemidos? Ellos con culpa punidos, Nosotros muertos sin ella. Bastabanos ser cautivos Sin tener mas desconciertos, Que si allá queman los muertos, Abrasan aca los vivos.
Las voces y gemidos de los que cruelmente se herian y mataban, avisaron á muchos que se pudieron poner en seguro, y la codicia de los vencedores, que ocupados en el robo dejaban de matar, tambien dió lugar á que muchos se escapasen.
Una hermosura nueva la revestía, maravillosamente, y bajo las sombras de sus pestañas brillaba la piedad. De pronto, con el gesto de una criatura a quien reprenden, se cubrió con los brazos la cara y salió, precipitadamente. Charito se sentó al lado de Muñoz, descorazonada. Un minuto después, en el penoso silencio, se oyeron gemidos ahogados que venían del saloncito contiguo.
Por las puertas abiertas llegaban hasta la plaza los gemidos de los instrumentos, las voces de los cantores, una melodía dulzona y voluptuosa acompañada de las bocanadas de perfume de las flores y el olor de la cera. Fumaron cigarro tras cigarro los toreros y aficionados que se agrupaban fuera del templo.
Un esportón de basura será lo que yo le regale. Y diciendo esto, rompió Juanita en el más desesperado llanto. Abundantes lágrimas brotaron de sus ojos y corrían por su hermosa cara; parecía que iban a ahogarla los sollozos y se echó por el suelo, cubriéndose el rostro con ambas manos y exhalando profundos gemidos.
Las quejumbrosas notas del acordeón se elevaban y descendían junto a la vacilante fogata del campamento con prolongados gemidos y frecuentes intermitencias. Pero como la música no alcanzaba a llenar el penoso vacío que dejaba la insuficiencia de alimento, Flora propuso una nueva distracción: contar cuentos.
Ya era un rayo que daba sobre un monte, como el acero de un gigante sobre el castillo donde supone a su dama encantada; ya un león con alas, que iba de nube en nube; ya un sol virgen que de un bosque temido, como de un nido de serpientes, se levanta; ya un recodo de selva nunca vista, donde los árboles no tenían hojas, sino flores; ya un pino colosal que, con estruendo de gemidos, se quebraba; era una grande alma que se abría.
Si esas piedras pudiesen decir lo que han visto; si esta tierra pudiese hablar, ¡cuántos crímenes, cuántas agonías, cuantas lágrimas, cuántos gemidos, cuántos arcanos y cuántos y cuán graves remordimientos vendrian á caer sobre la conciencia de Paris!
Los de más allá, en el último grado del embrutecimiento y de la embriaguez, se entretienen en machacar entre dos balas la mano de un marinero a quien la borrachera ha matado. Y una porción de juegos más, a cual más original y delicado. Los gemidos, los gritos de rabia y de loca alegría se confunden y se acuerdan. El puente está enrojecido de sangre o de vino. ¡Qué importa!
Palabra del Dia
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