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Satisfecha con su cuna, con la posición que ocupaba en la corte y con sus rentas, que la bastaban y aun la sobraban para destinar parte de ellas á la caridad, doña Juana de Velasco, ó sea la duquesa de Gandía, era feliz, salvo algunos importunos recuerdos de su juventud.

Don Rodrigo me lo dirá... , ... ¡don Rodrigo!; y es el caso que empiezo á desconfiar de él, pero yo desconfío de todo el mundo... de todos, hasta de mismo. El duque acabó de subir en silencio las escaleras, entró en su despacho, y abrió con una ansiedad marcada la carta de la duquesa de Gandía.

Doña Juana se puso encarnada, hizo una profunda reverencia al duque de Gandía, y adelantó con menos apresuramiento hasta su padre, y se arrodilló y le besó la mano. ¿Te han dicho que no volverás al convento, hija? la preguntó el conde. , señor. ¿Y te pesa? No, señor. Dilo sin reserva, sin temor. Yo no tengo más voluntad que la de mi buen padre. Se trata de que cambies de estado.

En vano el duque quiso ocultar su turbación, producida por la sagacidad del tío Manolillo; sin embargo, se dominó y dijo riendo: ¡Bah! ¿y qué les importa ni á la condesa de Lemos, ni á la duquesa de Gandía que Quevedo sea preso ó no? ¿Qué si les importa? Voy á revelarte dos secretos. ¿Dos secretos más?

Lerma favorecía abiertamente á su hijo, el joven duque de Gandía, confiriéndole encargos altamente honoríficos. Por rico y por noble que sea un hombre, hay ciertos cargos que enaltecen su posición, que aumentan su brillo. La duquesa de Gandía estaba con justa causa agradecida al duque de Lerma.

La ceremonia no ofrece nada de particular, para que repitamos una relacion semejante á la que se ha hecho, y solo además de haberse armado muchos caballeros como en todas, recibió la investidura de Duque de Gandia D. Alonso de Aragon, marqués de Villena, poniéndole el rey en las manos la bandera, en la cabeza el birretillo con el chapeo, dándole el beso de paz.

Se levantó y se puso á pasear á lo largo del despacho. Temblaba; estaba aterrado. Pero no, no es esto lo que me indicó la duquesa de Gandía; no, no puede ser decía paseándose ; y luego... no me han llamado á palacio... este hombre está fuera de ... se engaña sin duda... veamos... dominémonos. Y se detuvo delante de Montiño.

Añádase á esto un cuerpo delgado y pequeño, caracterizado con el aspecto fatigoso de un cansancio habitual, y este cuerpo embutido dentro de un traje de terciopelo negro; añádase un cordón de seda del que cuelga sobre el pecho el toisón de oro; un pequeño puñal de corte, pendiente de un cinturón tachonado de pequeños clavos de plata, y al otro lado un largo rosario negro sujeto al mismo cinturón, y se tendrá una idea de Felipe III, tal cual se presentó á la duquesa de Gandía.

No se crea por esto que la camarera mayor de la reina gozaba de una manera pasiva de su buena posición, ni que de tiempo en tiempo no la molestase algún grave disgusto. Si la duquesa de Gandía no hubiese funcionado como una rueda, más ó menos importante, en la máquina de intrigas obscuras que estaba continuamente trabajando alrededor de Felipe III, no hubiera sido camarera mayor de la reina.

Muy bien, señor. El conde besó á su hija en la frente, la levantó y la sentó junto á . Doña Juana permaneció con los ojos bajos. Este caballero es mi antiguo amigo, mi hermano de armas don Francisco de Borja, duque de Gandía, de quien me has oído hablar tantas veces con nuestra parienta la abadesa de las Descalzas.