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Actualizado: 20 de junio de 2025
Apagué en seguida la lámpara que tenía en la mano y volví a colgarla del gancho fijo en la pared. Está obscuro. Se ha apagado la lámpara. ¿Tienes fósforos? dijo Bersonín. Pero había llegado el momento. Antes de que pudieran hacer luz bajé cuan aprisa pude los escalones y me lancé contra la puerta, cuyo cerrojo había descorrido Bersonín y que cedió al golpe.
Sólo Sancho, en viendo al valiente animal, desamparó al rucio y dio a correr cuanto pudo, y, procurando subirse sobre una alta encina, no fue posible; antes, estando ya a la mitad dél, asido de una rama, pugnando subir a la cima, fue tan corto de ventura y tan desgraciado, que se desgajó la rama, y, al venir al suelo, se quedó en el aire, asido de un gancho de la encina, sin poder llegar al suelo.
La pareja se encuentra unida sin saber cómo, y aquella opinión externa, tan unánime, tan complacida en su obra, tan convencida de la feliz armonía existente en la unión fraguada, acaba por ejercer una decisiva influencia en el espíritu de los futuros contrayentes, que ven la intervención providencial, el destino, el hado, donde sólo hubo el gancho mortal de la casamentera.
Tales personas no suelen ser las más desgraciadas; pues si bien la mente lúcida y el espíritu rico en sensibilidad producen muchos goces, también acarrean estas condiciones grandes tormentos y agobiadoras melancolías. La mediocridad goza siempre el género de dicha que impera en el Limbo. No es fácil hacer con discreción el «gancho». En realidad la casamentera, como el poeta, nace, no se hace.
A menudo y deliberadamente, solían darle largas diatribas contra él mismo, que sus compañeros de trabajo colgaban del gancho de su caja como original, pasándole inadvertidas frases tan lacónicas como éstas: «De-Hinchú es hijo del mismísimo diablo», «De-Hinchú es un bribón amarillo», y me traía aún la prueba tan contento, brillando sus ojos y sacando a relucir sus dientes con una sonrisa de satisfacción.
Estos «ganchos» trascendentales merecieron la admiración y el aplauso de los pueblos, que siguen venerando la memoria de aquellos insignes diplomáticos. El «gancho», tiene, pues, glorioso abolengo histórico, y no debe desdeñarse mi entrometimiento que ocupa tantas y tan sublimes páginas en los anales de la humanidad.
El gancho representaba su pasado. Acaso el cofrecillo constituía su presente. Acaso yo al abrir aquel cofrecillo determinaría su porvenir. Cuando el porvenir es sombriamente misterioso, tememos conocerle: como el preso por una causa grave teme conocer la sentencia del juez.
Nadie como Borrén para descubrir beldades inéditas, para predecir si una muchacha valdría o no «muchas pesetas» andando el tiempo, y fallar si poseía la quisicosa llamada gracia, salero, gancho, ángel, chic, buena sombra, y de otros mil modos lo cual prueba que es indefinible.
Dos hombres en una lancha recorrieron con un largo remo el fondo, sin dar con el cuerpo del desgraciado joven. Al cabo tropezaron con él. Se trajo un gancho, y tirando lo sacaron a flote en el mismo momento en que don Melchor, demudado, convulso, sin sombrero, llegaba al muelle, noticioso del terrible lance. ¡Hijo de mi alma! gritó el pobre anciano al ver sobre el agua el cadáver de su sobrino.
Pero la voz pasa, y la hermosura con ella, y con la hermosura los galanes ricos; entonces empezó a bajar de nuevo la escalera hasta el último piso, hasta el piso bajo; luego mudó de barrios hasta el hospital; la vejez, por fin vino a sorprenderla entre las privaciones y las enfermedades; el hambre le puso el gancho en la mano, y el cesto fue la barquilla de su naufragio.
Palabra del Dia
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