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Actualizado: 1 de junio de 2025


De todos mis furores tiene la culpa la penilla negra, y de la penilla negra que hay en mi corazón, bien me yo quien tiene la culpa. Aquí intervino doña Ramona y dijo: Ea, hermano, déjate de sermones que aquí no hemos venido a sermonear sino a divertirnos. Ya se enmendará Curro y se pondrá más suave que un guante. D. Antonio, rasguee usted esa guitarra y que bailen el fandango estas niñas.

Don Pascual vino y don Paco se lo contó todo. No le dio ninguna comisión ni embajada para Juanita; pero don Pascual, por una benévola usurpación de atribuciones y de empleo, se declaró él mismo y se nombró embajador, se fue a ver a Juanita que, desvelada y triste, se acababa de levantar y le refirió con fidelidad minuciosa los furores y penas de don Paco, sus celos, su desesperación, sus propósitos de suicidio o de extrañamiento perpetuo, y, por último, el combate de la casilla, el delito de Antoñuelo, los golpes que éste había recibido, así como su vuelta y la de don Paco a Villalegre.

Entre tanto don Fermín no sabía por Petra nada más que noticias vagas, suficientes para tenerle toda la vida sobre espinas, para hacerle vivir como un loco furioso que tenía además el tormento de disimular sus furores delante del mundo, y de doña Paula singularmente.

Höel quiere obligar al gaitero Corentino a buscar el tesoro en el fondo del precipicio; de nuevo el cielo se encapota, y entonces aparece otra vez el terrible Meyerbeer, el genio de los Hugonotes y Roberto el diablo, que sabe describir con las ocho notas del pentagrama toda la rabia de los elementos y todos los furores del corazón.

Preciso es penetrarse de la verdadera inteligencia del mar, no dejarse arrastrar por la falsa idea que puede darnos el país inmediato, ni por las terribles ilusiones que nos produciría la sencilla grandeza de sus fenómenos, ni por los furores aparentes que con frecuencia se convierten en beneficios. Continuación. Playas, arenales y costas bravas.

Tal era mi padre en la sociedad, pero apenas vuelto á casa, mi madre y yo no teníamos bajo nuestros ojos, más que un viejo intranquilo, melancólico y violento. Los furores de mi padre para con una criatura tan dulce y tan delicada como mi madre, me habrían sublevado seguramente, si no hubieran sido seguidos de esa reacción de ternura y ese redoblamiento de atenciones de que antes he hablado.

Eso hacía, sin darse cuenta de que tomaba parte en aquellos furores de lubricidad con aires de pasión, la lascivia, la corrupción de su temperamento fuerte, extremoso y de un vigor insano en los extravíos voluptuosos.

La presunta novia apaciguó un tanto sus furores para manifestar: No; si a por él no me importa un bledo...: tengo pretendientes de sobra. Lo que siento es tu mala voluntad, tu poca complacencia.... Se trataba solamente de conocer sus intenciones..., de saber por qué nos visita tanto.... Por ti no será...: ¡dicen que sois hermanos!...

Más vale morir que pecar. Si ha de vivir para ser pecadora, para su eterna condenación, para su vergüenza y su oprobio, que muera. ¡Llévatela, Dios mío! Así me hubiera muerto yo. ¡Cuánto más me valiera no haber nacido! Los mismos furores de siempre. Está V. como atormentada de un espíritu maligno. Yo me lo sabía. Yo tengo la culpa de todo.

Uno de los chicuelos de la casa, después de ver el giro que tomaba la cuestión, había salido corriendo á la calle en busca de aquella autoridad, con tan buena estrella, que la encontró al volver la esquina. La presencia del Alcalde sofocó, como por encanto, los furores del combate; y eso que el tal personaje era ni más ni menos que un marinero como los demás.

Palabra del Dia

rigoleto

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