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Actualizado: 11 de julio de 2025


Iban cuatro juegos por nada, y ya parecía el triunfo del navarro casi seguro cuando la suerte cambió y comenzaron a ganar Zalacaín y su compañero. Al principio, el Cacho se defendía bien y remataba el juego con golpes furiosos, pero luego, como si hubiese perdido el tono, comenzó a hacer faltas con una frecuencia lamentable y el partido se igualó.

Y si la claridad no lo acusara, acusábanlo más claramente los sones amortiguados de un piano que dentro se dejaban oír cuando los latidos furiosos del huracán lo consentían. Nuestro embozado siguió, con paso rápido y ocultándose en la sombra cuanto podía, hasta la puerta del palacio.

Pero yo desprecio los bienes terrenales, y no me preocupo del porvenir. ¿Ven ustedes este duro? Pues ahí va... Y hecho esto, el hombre aguarda la vuelta, cuenta las perras gordas una por una y se las guarda en un bolsillo profundo... Poco dinero y malo. Hombres furiosos. Señoras gruesas, siempre sofocadas, o por el calor o por los berrinches, que se abanican constantemente. Muchos curas.

Confundidos en una sola masa, los furiosos monstruos van dando tumbos semanas enteras, no pudiendo, á pesar del hambre que les devora, resignarse al divorcio, ni desprenderse el uno del otro, y hasta en plena borrasca, véseles invencibles, invariables en su salvaje abrazo.

Que se perdiese todo: que se lo llevase la mala suerte. ¡Para lo que servía la riqueza!... Y revolvía sus ojos furiosos por los planos y modelos del despacho, como si maldijera del poderío industrial, haciéndolo responsable de su desgracia. En aquel momento aborrecía al muchacho que esperaba en las oficinas. ¡La juventud! ¡la insípida y antipática juventud!

Y ciertamente el no acobardarse con los peligros, el no volver las espaldas á tantos trabajos, el no retirarse y no dejar una vida en que á cada paso se encuentra con la muerte, pereciendo aquí de hambre, perdiéndose allí por los bosques, ahora andando entre flechas y macanas, ahora enmedio de pueblos furiosos, es virtud difícil de hallarse, y con todo eso esta virtud es necesaria siempre á quien emprende en países remotos y entre gente bárbara el oficio de la predicación Apostólica.

En esta salita daba paseos furiosos con las manos en los bolsillos, mirando con precaución a cada momento por los visillos de la única ventana que tenía. Hasta las nueve no acudió la dama. La vio llegar con la mantilla echada por los ojos, el devocionario en la mano y el rosario colgado de la muñeca, con el paso firme y sosegado, como si viniese a dar algunos encargos a su antigua protegida.

El doctor Chevirev no admitía en su clínica locos furiosos; por eso reinaba en ella el silencio como en cualquier casa respetable, habitada por gentes bien educadas.

Varias veces instamos al teniente a que saliéramos a dominar a los amotinados, pero él nos contenía, diciendo: No, no; que vean que nos necesitan. Si no, en seguida se volverán a sublevar otra vez. Al quinto día nos sorprendió la agitación que había en cubierta; se oían gritos furiosos, voces iracundas.... Al anochecer, estaba yo de guardia cuando sonaron dos golpes suaves en la puerta.

Pero no pudieron marchar tan pronto porque la hija de don Santos cayó desmayada. La bajaron a la tienda, para librarla de los gritos furiosos y de las injurias de su padre. Quedó el campo por don Pompeyo, que volvió a sus paseos y después fue a la cocina a espumar el puchero miserable de don Santos. «Allí no había más caridad que la de él.

Palabra del Dia

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