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El viento soplaba furioso; las olas, como montes, subían por las rocas, llegaban hasta las casas, arrancaban puertas, arrastraban todo cuanto encontraban. Llegaban ritmicamente, entraban por las ventanas de la atalaya, nos llenaban de agua al viejo atalayero y a , y salían por la escalera de piedra con un ruido de catarata.

FERRANDO. ¡Del trovador! GUZMÁN. Del mismo; estaba en el jardín. Allí, dijo don Nuño con un acento terrible, allí estará también ella; y bajó furioso la escalera.

¡; lo mismo que a su papá! respondió furioso Castro ¿Vosotras, por lo visto, os habéis llegado a figurar que soy un cadete de infantería? Pues ya veréis lo que me importa por esa señora.... ¿De veras? preguntó Alcántara. De veras: me voy aburriendo ya.

Recogí mi bagaje precipitadamente, y á grandes saltos, conseguí ganar la orilla del torrente. Cuando volví la vista, el furioso elemento cubría ya el punto donde estaba acostado momentos antes.

El peligro inminente reavivó las energías de los defensores de la trinchera, y el combate comenzó de nuevo más furioso, más desesperado que la primera vez.

Era inevitable combatir hasta la muerte o hasta lograr milagrosa victoria. Los sitiadores dieron sin tardanza un furioso asalto por la fachada de la quinta, pugnando por derribar la puerta. Morsamor y los suyos se defendían con valor y con tino, causando en los sitiadores grande estrago y haciendo repetidas veces que retrocedieran, poseídos de terror.

No corre el Paraguay tanto furioso, Y es un rio mayor que él de Sevilla, De vista y parecer es muy gracioso, Con ribera vistosa y linda orilla. De frescas arboledas muy copioso, Y en partes prado verde á maravilla. Tambien tiene en los valles mas cercanos Lagunas, negadizos y pantanos. Una laguna tiene de gran fama Llegada al Ipití que dicho habemos.

Creía que era muy probable que el animal le matara a él. Nunca había tenido 35 en las manos más armas que las de su zapatería. Cuando llegó al bosque, salió el jabalí, furioso de rabia y de hambre. Cuando Don Juan lo vio, empezó a correr en la dirección del palacio, y tras él, el jabalí. Don Juan llegó al palacio y se metió detrás de la puerta de la calle.

Si mi mujer puede creer que soy en realidad espía... ¡Qué estúpida eres! ¡Qué idiota! Vamos, ¿quieres acabar con tus insultos? protestó ella . ¡ haces las porquerías, y luego soy yo la responsable! Krilov se puso aún más furioso. ¿Qué porquerías? ¿Crees que soy espía, pues? Di: ¿soy espía, o no lo soy? ¿Como quieres que yo lo sepa? ¡Puede que !

Cuénteme usted, Casildita, cómo ha pasado esto. En fin, no hay más que conformarse. Gregoria y Casilda en un rincón, rodeadas de media docena de inmóviles fantasmas, contestaban a cada saludo con una nueva explosión de sollozos, y a esto se seguía un tan furioso sonar de narices del concurso, que no parecía sino que estaban todas acatarradas.