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Actualizado: 26 de junio de 2025
El buen señor desahogaba su cólera sonándose, sonándose fuerte y repetidamente, y aquel furioso trompeteo resonaba en la casa como las cornetas de un llamamiento militar.
Al fin dijo con voz cavernosa: ¡Ah! ¿estás tú ahí, miserable, engendro del diablo, infame Cosme Aldaba, galopín maldito, envenenador protervo? pues espera, espera, que al fin te tengo en mis manos y frailes franciscos que vengan no te han de valer. Y se arrojó furioso sobre los dos hombres.
El susto fué general, y la alarma llegó á su colmo cuando un surtidor de caldo, impulsado por el animal furioso, saltó á inundar mi limpísima camisa: levántase rápidamente á este punto el trinchador con ánimo de cazar el ave prófuga, y al precipitarse sobre ella, una botella que tiene á la derecha, con la que tropieza su brazo, abandonando su posición perpendicular, derrama un abundante caño de Valdepeñas sobre el capón y el mantel; corre el vino, auméntase la algazara, llueve la sal sobre el vino para salvar el mantel; para salvar la mesa se ingiere por debajo de él una servilleta, y una eminencia se levanta sobre el teatro de tantas ruinas.
Marchita está su frente luminosa Sellada por el genio del dolor, Pero aun brilla la chispa misteriosa Que estampó con su dedo el Hacedor. Y en vano bramarán las tempestades En alas del furioso vendabal, Ha de arder al través de las edades La llama de su genio celestial.
Entre tanto don Fermín no sabía por Petra nada más que noticias vagas, suficientes para tenerle toda la vida sobre espinas, para hacerle vivir como un loco furioso que tenía además el tormento de disimular sus furores delante del mundo, y de doña Paula singularmente.
Ninguno de los dos ha visto ni verá nunca el rinconcillo de tierra que está en litigio; ni ménos casi ninguno de los animales que recíprocamente se asesinan ha visto tampoco al animal por quien asesina. ¡Desventurados! exclamó indignado el Sirio: ¿cómo es posible imaginar tan furioso frenesí?
Saludó el francés con una brusquedad militar, alejándose, mientras Elena entraba en su casa. ¡Un día perdido!... Estaba furioso contra él mismo y contra los demás. Apareció Pirovani en una bocacalle, y al ver que Moreno se dirigía á su alojamiento, corrió á encontrarse con él. Ansiaba conocer los episodios de una excursión á la que no había sido invitado.
El viejo marino pasaba una gran parte de su existencia sobre aquel paredón, en íntimo coloquio con el mar, su antiguo amigo y compañero. Para él no tenía secretos el terrible Océano, ora durmiese tranquilo en su inmenso lecho de arena, ora despertase furioso escupiendo al cielo sus espumas.
La solemnidad empezaba por el furioso volteo de unas campanas montadas en una puerta del salón. Los clientes del notario, sentados en el entresuelo en espera de los papeles que acababan de garrapatear á toda prisa los escribientes, levantaban la cabeza con asombro.
Moriría antes seco, la familia no tendría pan; y después de tanta miseria, ¡multa encima!... ¿Y aún dicen si los hombres se pierden?... Movíase furioso en los linderos de su bancal. «¡Ah, Pimentó! ¡Grandísimo granuja!... ¡Si no hubiera Guardia civil!»
Palabra del Dia
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