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Actualizado: 5 de junio de 2025
Yo me hice reemplazar, cuando fui llamado a filas, mediante un centenar de luises, por una especie de alsaciano, de pelo alazán tostado. Y como dicha bala me estaba destinada a mí por la suerte, puedo decir con verdad que el alsaciano en cuestión vendiome su cabeza y toda su persona entera por un centenar de luises, o algo más.
En fin, fui devuelta a aquella que me había dado la vida y la hice presente de la ternura que otra la había robado, pero sin olvidar tampoco mi reconocimiento para aquella al lado de la cual había crecido. Yo era muy dichosa; ¡pero aquello duró tan poco!... »Mi padre había concebido un proyecto digno de un alma tan noble, y mi madre lo había aprobado.
Bueno dije para mí ; ya sabemos algo; y despidiéndome de mi compadre, me metí en Madrid y me fuí en derechura á casa del conde de Lemos. Yo esperaba que habiéndole sido levantado el destierro á su excelencia, y estando cerca, hubiese llegado á Madrid, y no me engañé.
Es que llegué esta madrugada, a las cinco, cuando todos ustedes estaban entregados al sueño. ¿De veras? No quise despertar a nadie y me fui derecho a la alcoba de mi mujer que, por cierto, al pronto, no quería abrirme. Tanto miedo sentía. ¡Ya lo creo!... El que despierta sobresaltado...
Joaquinita también me llamó. Hice como que no la oía y fui a sentarme entre la señora de Enríquez y Etelvina, un par de setentonas. Los remos, como grandes antenas, comenzaron a maniobrar sobre el agua amarillenta. Pasamos al lado de grandes vapores, cuyos vientres colosales, pintados de rojo, parecía que iban a aplastarnos.
Fui lanzado del asiento a una distancia de seis varas lo menos; pero no recibí daño alguno, según pude colegir después de tentarme todos los miembros. El criado, tampoco. Acudió un pelotón de gente en nuestro socorro, y cuando nos vieron salvos y se enteraron de lo que había hecho, principiaron las bromitas y la risa. Creí que el conde lo iba a tomar a mala parte; pero también le dio por reír.
Lo primero que se me ocurrió fue averiguar quién era la tal Clarita, y como en su carta le encargaba al mío que fuese a ver al dueño de su casa para pagarle un trimestre, indicándole dónde vive ese señor, fui allá esta mañana, después de oír misa, y supe que la tal inquilina está en la calle del Puerto, en un entresuelito que le han ido pagando en diferentes épocas otros señores de la Bolsa tan imbéciles como mi Antonio.
En catorce dias de navegacion llegamos á Lisboa, á 3 de Setiembre de 1552, y habiendo estado en ella otros catorce dias, y muerto dos de los indios que yo llevaba, pasé á Sevilla, que dista 42 leguas de Lisboa, y llegué en seis dias. Despues por mar navegué á San Lucar en dos dias: allí estuve una noche, y por tierra fuí en un dia al puerto de Santa María, y en otro dia pasé á Cádiz, por tierra.
Yo me fui a la Mancha con él, y mi hermanito se quedó aquí con una tía de mi madre. Pasado algún tiempo, mi tío el canónigo se olvidó de pagar la pensión. Es el mejor de los hombres; pero tiene unas rarezas...». Desde la mitad de esta relación, ya tenía Isidora que beberse las lágrimas entre palabra y palabra.
Sin embargo, no quiero ser hipócrita: declaro que fui todo el tiempo pegado a las casas, con lo cual evité que me cayese una tercera parte de agua de la que por clasificación me correspondía. Antes de llegar a la puerta del Sol eché una mirada al cielo, mirada escrutadora que me hizo ver sombra arriba y sombra abajo.
Palabra del Dia
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