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Actualizado: 8 de mayo de 2025


La dama volvió a leer la carta y comprendió entonces una sola cosa; pero una cosa para ella inverosímil, que vino a despertar en su ánimo el movimiento de ira, de sorpresa, de rabia desesperada que causa al potro bravío el primer espolazo que desgarra sus ijares, el primer serretazo que le hace detener su voluntariosa carrera, anunciándole que hay alguien que puede, y quiere, y debe sujetarle y humillarle... ¡Comprendió que por primera vez en su vida le cerraban una puerta, y que era el que se la cerraba un hombre desconocido, un pobre fraile, un Pedro Fernández!... ¡La fuentecilla que corría allí al lado murmurando llegó a los oídos de Currita como el eco de la sarcástica carcajada que había de soltar el mundo al verla vencida por Pedro Fernández!...

Yo, como estaba hecho al vino, moría por él, y viendo que aquel remedio de la paja no me aprovechaba ni valía, acordé en el suelo del jarro hacerle una fuentecilla y agujero sotil, y delicadamente con una muy delgada tortilla de cera taparlo, y al tiempo de comer, fingiendo haber frío, entrábame entre las piernas del triste ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre que teníamos, y al calor della luego derretida la cera, por ser muy poca, comenzaba la fuentecilla a destillarme en la boca, la cual yo de tal manera ponía que maldita la gota se perdía.

Con el dinero aquel, venido a sus manos por milagro, compraron género en una casa de saldos, y en la mañana de aquel día pusieron sus bazares junto a la Fuentecilla de la Arganzuela, teniendo la suerte de colocar muchas carreras de botones, varas muchas de puntilla y dos chalecos de bayona.

No creyó ver sino que con los ojos del alma vio a Cristeta como estaba la primera vez que hablaron: falda muy hueca, de percal, pañoleta de espuma al talle, zapatitos con galgas y moño bajo, lleno de flores; todo el atavío gitanesco; pero no en el cuarto del teatro, sino en aquella plazoleta de la Moncloa situada junto a la fuentecilla.

Cuenta la leyenda de la montaña que en época muy antigua, cuando fortalezas rodeadas de fosos se erguían en todos los promontorios de los desfiladeros, tres condes que por casualidad no guerreaban, se encontraron un día de caza cerca de la fuentecilla. Larga carrera en persecución de jabalíes y ciervos los había cansado, y el sudor les caía de la frente.

Extendíase al frente el prado, verde, risueño, lleno de luz y de alegría, con una fuentecilla alegre y bullidora que por cuatro caños murmuraba; a la izquierda, alzábase la majestuosa mole del Colegio, adelantando el soberbio pórtico de su iglesia como adelantaría un soldado de Cristo el fuerte brazo mostrando un crucifijo, elevando la grandiosa cúpula como elevaría al cielo la frente, buscando allí la fortaleza, el impulso, la luz.

Palabra del Dia

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