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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Veíase yacente y desnudo sobre aquellas dos mesas pegadas del café de Fornos. ¡Cuán torvas brillaban las cuchillas y los bisturíes! Ya los creía sentir en sus entrañas. Y de hecho estaba bien seguro de que la amistad con los jóvenes anatómicos no aplacaría, sino que exacerbaría su fiereza. Indudablemente era más dulce buscar las articulaciones de los otros.

Alvaro Luna, la Conchilla, Nati, Pepe Castro y Ramón les prometieron seguirlos inmediatamente y acompañar a la hermosa agresora en su odisea. Pero ya a la puerta de Fornos hubo deserciones. Alvaro declaró que le dolía un poco el brazo y que iba a curárselo. Conchilla, como es natural, le acompañó. La Nati, con Castro y Ramón, siguieron a pie hasta el Gobierno.

Sin embargo, en el fondo de su alma aunque no quisiera confesarlo había una leve preocupación, algo que le escocía. Este escozor fue el que le obligó a encaminar sus pasos al Ateneo en vez del café de Fornos. Un célebre crítico de arte estaba dando en aquel centro unas conferencias acerca del pintor Velázquez.

Ninguna de las dos pensó que lo que las tenía enlazadas no eran sus propios brazos, sino los de un cadáver: el cadáver de una santa y generosa señora. #Cena en Fornos.# Al salir del hotel de Osorio, Pepe Castro y Ramoncito se metieron en la berlina que esperaba al primero y se trasladaron a Fornos.

El primero que hubo de seguirle fue don Evaristo González Feijoo, a quien era indiferente este o el otro establecimiento. Instaláronse por el pronto en Fornos, y allí esperaron. A la segunda noche fue Leopoldo Montes, y a la tercera D. Basilio, que les encontró discutiendo de qué café se posesionarían definitivamente.

¡Lo veremos! dijo la fiera Albornoz, y nombró al punto paladín de su causa a su buen amigo Juanito Velarde. Larga entrevista celebraron ambos a solas hasta bien entrada la noche, y al despedirle Currita en la puerta del boudoir díjole con suaves mimitos: Conque quedamos en que yo encargaré el almuerzo en Fornos... y habrá écrevisses

Bien, pues no los ha gastado. ¿A qué? repuso el gallardo Pepe alzando los hombros . ¿Quieres venir a cenar hoy con nosotros a Fornos? ¿Con quién? Con éste y conmigo. Invitaremos también a León y a Rafael para que lleven a Nati y Socorro. ¿Tienes inconveniente en que vaya Manolo? ¡Al contrario, hijo, si a Manolo le quiero más de lo que te figuras!

El amanecer le sorprendía en los gabinetes de Fornos con camaradas de infancia y hembras de alto precio, y otras veces en los camarotes de un colmado con guitarristas, toreros, «socias» de mantón y «fraternales amigos» que le tuteaban y cuyos apellidos no conocía bien: hombres con brillantes enormes, rumbosos, dicharacheros, que habían estado algunas veces en la cárcel o bordeaban con frecuencia sus puertas.

Pero por más que despreciase en el fondo del alma aquellas resquemantes tertulias y se propusiera más de una vez huirlas, no le era posible. Después de almorzar, los pies le arrastraban quieras que no al café de Fornos y después de comer hacia el saloncillo del Español o de la Comedia.

Diez minutos después volvió a levantarse y pidió la berlina; fuese derecho a Fornos, después al Casino, luego al Veloz, recibiendo por todas partes enhorabuenas e interpelaciones acerca del suceso que todo Madrid comentaba; hacía con grandes reserva y disimulo, al oído de cuantos amigos prudentes se iba encontrando, cierta pregunta misteriosa.

Palabra del Dia

hociquea

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