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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Porque ya es hora de decir que el marqués de Ulloa auténtico y legal, el que consta en la Guía de forasteros, se paseaba tranquilamente en carretela por la Castellana, durante el invierno de 1866 a 1867, mientras Julián exterminaba correderas en el archivo de los Pazos.
Las visitas a la capital fueron más frecuentes, tal vez porque eran más baratas y más cómodas. Ya se sabía que la casa del famoso y ya difunto abogado D. Diego Valcárcel, era, como él la hubiera llamado si viviese, jenodokia, jenones, o sea, en cristiano, albergue de forasteros.
Los mozos del lugar o forasteros que, por más guapos e importantes, habían osado aspirar a doña Luz y habían sido rechazados con suavidad antes de una declaración que los comprometiese, tenían tan alta opinión de doña Luz y de ellos mismos, que cada cual imaginaba que era inexpugnable la que a sus encantos y buenas prendas no se había rendido. ¿Cómo creer que gustase de un fraile enfermizo y casi viejo la que había sido fría, insensible y desamorada con un mozo galán, robusto y gallardo?
Era una de las cosas que más sorprendían a los forasteros, sobre todo viéndole alternar en cierto pie de igualdad con los señores de la población. No sólo por respeto al maestrante, sino porque les hacía mucha gracia las salidas brutales de Manín, éstos se perecían por llevarle en su compañía.
Las más tímidas formaban en torno de ella a modo de aduladora corte, para atraerse su protección, limpiándola la casa o haciendo la cocina, mientras Mariquita, vestida de hábito y cuidadosamente peinada, único lujo que le permitía su tío, salía al claustro con la esperanza de que subiese algún cadete o se fijasen en ella los forasteros que iban a la torre o a la sala de los gigantones.
Habiéndose marchado todos los criados, se quedáron en alto silencio Candido, Martin y los seis forasteros. Rompióle al fin Candido, diciendo: Cierto, señores, que es donosa la burla; ¿porqué son todos vms. reyes? Yo por mi declaro que ni el señor Martin ni yo lo somos.
Los hombres, en esto de conquistas amorosas, nos las prometemos, a menudo, felices. Así es que, si los del lugar estaban ya sosegados y desengañados, no faltaban aún forasteros, con tal de que fuesen sujetos de cierto fuste, que se alborotasen al ver a doña Luz, y propusiesen, allá en sus adentros, conseguir lo que otros no habían conseguido; pero pronto también se desengañaban.
Siempre la casona de Rucanto fué secreta y aduendada para los lugareños.... Servidores del valle no los quieren; pero los forasteros que les vienen de criados poco duran, y, antes de najarse, algo murmuran en el pueblo. Pues es necesario enterarse de la verdad de esas habladurías.... Indaga tú, Rita; yo también he de averiguar algo de lo que nos interesa.
Meses después, Moro enseñaba el trozo descascarillado como un trofeo a los amigos forasteros que venían a Lancia; y al recordar sus proezas y peligros en aquella noche gloriosa, una suave alegría descendía a su corazón heroico.
Don Cleofás dijo que se llamaba el Engañado, y el Cojuelo, el Engañador, sin entenderse el fundamento que tenían los dos nombres; y repartiendo los asuntos para la academia venidera, nombraron por presidente della al Engañado y por fiscal al Engañador, porque el oficio de secretario no se mudaba, haciéndoles esta lisonja por forasteros, y porque les pareció a todos que eran ingenios singulares.
Palabra del Dia
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