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Mientras esto decía, doña Flora había traído luengas piezas de damasco amarillo y rojo y ayudada de su doncella empezó a cortar unas como dalmáticas o jubones a la antigua, que luego ribeteaban con galón de plata.

Aconteció, pues, que cerca ya del oscurecer en el siguiente día entraba yo con toda tranquilidad en casa de doña Flora, cuando esta, Amaranta y su hija saliéronme al encuentro con gran sobresalto y alarma. ¿No sabes lo que ocurre? dijo doña Flora . El bribón de lord Gray ha cargado con la santa y la limosna. La Asuncioncita ha desaparecido anoche de la casa.

No les fué difícil hallarlas, contando, como cuenta, la flora papú con variedad infinita de plantas silvestres de frutos comestibles, y de excelente sabor algunos. En las mismas orillas de aquel arroyo abundaban los mangos, fruta deliciosa; había también pombos, especie de cidros enormes, tamaños como melones, también muy sabrosos.

No esperaba yo antes de llegar á casa tan feliz encuentro. Pero Dios es muy bueno y cuando menos se piensa favorece á sus criaturas. ¡Qué criaturita de Dios! exclamó Flora riendo con malicia. De Dios soy, hija mía, pero también quisiera ser tuyo. ¡Virgen! ¿Y qué iba á hacer yo con usted si fuese mío? Cuanto quisieras, hermosa.

Eran las de Amaranta y doña Flora. Al punto me uní a ellas, y después que me saludaron y felicitaron cariñosamente por mi feliz llegada, Amaranta dijo: Ven con nosotras, tenemos papeletas para entrar en la galería reservada.

Como tampoco lo estaba Flora, no pudo tranquilizar su espíritu con esta cita histórica. Quedó, pues, silenciosa y perpleja mientras la atribulada señora se entregaba cada vez más reciamente al llanto. Pero al cabo nació una idea en su frentecita morena, debajo de sus ricitos negros.

En los parajes más bajos y húmedos en el tiempo de las lluvias, este césped se ve salpicado con tal profusión de pequeñas margaritas blancas, miniaturas de esta bella especie, que parecen ser las once mil vírgenes del paraíso de Flora.

La contribución a la flora neoyorkina es universal, desde los productos franceses de serre-chaude, hasta esas rosas robustas que sólo brotan en la tierra de los madgiares.

Cuando Churruca se marchó, Doña Flora y mi amo hicieron de él grandes elogios, encomiando sobre todo su expedición a la América Meridional, para hacer el mapa de aquellos mares. Según les decir, los méritos de Churruca como sabio y como marino eran tantos, que el mismo Napoleón le hizo un precioso regalo y le colmó de atenciones. Pero dejemos al marino y volvamos a Doña Flora.

¡Qué picante eres, Flora! exclamó el zagal poniéndose colorado. ¿No ves, querido manifestó la muchacha soltando una carcajada, que con esa carita tan blanca y sonrosada va á parecer que bailo con otra mujer disfrazada? El mancebo se sintió herido en lo profundo del alma y guardó silencio.