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Actualizado: 1 de julio de 2025
Pero ¿qué era...? ¿Tal vez que un amigo se había comprometido por sacarla del difícil paso y ella había puesto su malhadada firma...? ¡La muy tonta!, ¿por qué no se cortó la mano antes...? Es verdad que si se hubiera cortado la manecita, no habría tenido cena en la mil veces malhadada noche del 14.
Algunas veces el joven conseguía calmar sus inquietudes, pero otras le daba trabajo, sobre todo cuando se imponía la necesidad de obtener una firma. Entonces el señor Aubry salía de su sombrío abatimiento para caer en una especie de fiebre exasperada.
En el oro de la lámina estaban grabadas, en caracteres mongólicos, las más encarecidas recomendaciones, autorizado todo ello por la firma de Babur y por su regia marca.
Esta obligación era preciso pagarla con sus brazos, con el sacrificio que rechaza al peligro... Y él había eludido el reconocimiento de su firma, fugándose y traicionando á sus ascendientes. ¡Ah, desgraciado! Nada importaba el éxito material de su existencia, la riqueza adquirida en un país remoto. Hay faltas que no se borran con millones. La intranquilidad de su conciencia era la prueba.
Entonces Juan vió el papel que estaba pegado y sellado sobre la cerradura, y leyó en él en letras gordas lo siguiente: «Yo, Gabriel Pérez, escribano público de la villa de Navalcarnero, doy fe y testimonio de cómo el señor Jerónimo Martínez Montiño recibió cerrado y sellado como se encuentra este cofre.» Y por bajo de estas palabras se veía la fecha y el signo y la firma del escribano.
Se le presentó el recibo, reconoció la firma y volvió a declarar que por el momento no le era posible pagar aquella deuda; que pagaría los réditos vencidos y firmaría nueva obligación, comprometiéndose a saldarla en el término de seis meses.
El talonario del Banco... decía la rata eclesiástica, luchando por desasirse y por sofocar la risa . Aquí, aquí lo tienes, perro hereje... sácalo pronto y pon cuatro números, cuatro letras y el garabato de tu firma. Jacinta, abre... sácalo... no tengas miedo. Orden, orden, señoras arguyó Moreno a quien la risa cortaba la respiración . Esto ya es un allanamiento, un escalo.
Después de mucho batallar con este pensamiento, no arriesgándose a hacer la confesión de palabra ni a escribirla bajo su firma, remitió a D. Pedro, disfrazando la letra, una carta anónima. «La niña que usted ha recogido hace seis años es hija de su esposa y de un caballero que frecuenta su casa y a quien usted llama su amigo. No le digo a usted el nombre.
Estaba seguro de que le buscaba á él, trayéndole la más fatal de las noticias. Efectivamente, el telegrafista fué hacia su mesa y le entregó el despacho. Gillespie abrió el sobre con mano temblorosa, buscando inmediatamente la firma del telegrama. ¡Lo que él había pensado!... El despacho iba suscrito por mistress Augusta Haynes.
¡Ah! me contestó . Usted ha tenido mucha suerte y puede usted prescindir del honor. Si yo hubiese podido hacerme una firma, también prescindiría de él; pero a los cincuenta años de edad no he logrado llegar aún a las doscientas pesetas, trabajando diez horas diarias. Yo soy un fracasado, y si no tuviese honor, me moriría de hambre... Mi pobre compañero tiene honor porque le hace muchísima falta.
Palabra del Dia
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