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De éste surgían unas mangas de terciopelo de distinto color que el jubón, adornadas con doble fila de botones de filigrana, obra de los plateros chuetas. Una triple cadena de oro deslumbrante, rematada por una cruz, partía su pecho, pero con eslabones tan enormes, que a no ser huecos la hubiesen agobiado bajo su pesadumbre.

El dormido vió que Freya vestía un justillo de mangas sueltas ajustadas á los brazos, con botones de filigrana de oro; que unas joyas algo bárbaras adornaban su pecho y sus orejas; que una falda de flores cubría el resto de su persona. Era un traje de labradora de otros siglos que él había visto pintado. ¿Dónde?... ¿dónde?... ¡Doña Constanza!... Freya era igual á la augusta basilisa de Bizancio.

En torno de la sala están en cuclillas una docena de jefes, arrebujados en sus albornoces. Cada uno de ellos tiene junto a una gran pipa y una tacita de café en una fina huevera de filigrana.

La conversación con las damas ha de ser de plata fina, y trabajada en filigrana leve, como la trabajan en Génova y México.

Aquella capilla es una inmensa filigrana de infinitos primores, en que todo interesa.

Los tres portales de la base, las ligerísimas columnas del segundo y tercer cuerpo, la enorme roseta que se abre en el centro, como una inmensa filigrana de piedra, las esculturas, estatuas y torrecillas que se destacan sobre los relieves del edificio, los arcos tendidos y las preciosidades de los portales laterales y de las capillas, en fin, la gigantesca torre calada, que termina en una forma semejante á la de una mitra aguda, forman el conjunto mas interesante, aun para el viajero que carece de conocimientos artísticos.

Nazaria tenía la hermosura que por extraña amalgama de los tipos humanos, hace simpático al descaro. Lucía enormes amatistas montadas en pendientes de filigrana como relicarios, de modo que parecía llevar en cada oreja el pectoral de un obispo. Sus manos eran bonitas y gordezuelas, y los anillos que de antiguo llevaba no se le podían sacar, porque su carne había crecido y el oro no.

Y aunque usted me honra mucho con su inclinación, necesito pensarlo...» Muy bien, hijita, muy bien dicho. ¡ Si eres más viva!... ¿Y él, qué dijo ante esa filigrana de respuesta? Dijo que él no lo había pensado; que... ¡Claro! ¡qué va a pensar él!... Que yo le había gustado «por mi elegancia y por mi belleza» y que no necesitaba pensar más. ¿Y cómo terminó la escena?

Más que mirarla, se puede decir que la examinó despacio durante algunos minutos. Reparó que la moza no llevaba pendientes y que tenía una oreja rota; entonces recordó habérsela partido él mismo, al aplastar con la culata de su escopeta el zarcillo de filigrana, en un arrebato de brutales celos. La herida se había curado, pero la oreja tenía ahora dos lóbulos en vez de uno.

Una platería de un chueta le retuvo largo tiempo. Admiraba las cadenas de oro hueco fabricadas para las payesas, los botones de filigrana con una piedra en el centro, reputando en su interior todos estos objetos como las obras más perfectas y maravillosas creadas por el arte de los hombres. ¡Si entrase en la tienda para comprar una docena de aquellos botones!... ¡Qué sorpresa la de la atlota de Can Mallorquí cuando él se los ofreciese para adornar sus mangas!... Seguramente que los aceptaría de él, un señor grave al que miraba con respeto filial. ¡Enojoso respeto! ¡Maldita gravedad la cuya, que le estorbaba como un fardo abrumador!... Pero el heredero de los Febrer, el descendiente de opulentos mercaderes y heroicos navegantes, tuvo que desistir pensando en el dinero que guardaba en su faja.