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Actualizado: 27 de mayo de 2025


Si al principio los murmullos de arriba y abajo no permitían oír claramente su voz, poco a poco fueron acallándose los ruidos y siguió claro y solemne el discurso. Las palabras se destacaban sobre un silencio religioso, fijándose de tal modo en la mente que parecían esculpirse. La atención era profunda, y jamás voz alguna fue oída con más respeto.

No tenía noticia de haber llegado ya a la categoría de prójimo. Qué quieres, chico; los honores vienen cuando menos se piensa. Apesar de lo impertinente y hasta agresivo del tono, Fernanda no se movía del sitio, teniendo siempre cogida del brazo a la amiguita, que no desplegaba los labios. Fijándose un poco, se podría observar que la rica heredera estaba muy nerviosa.

«Massenet, lo acepto pensó Miguel . Fué feliz, tuvo dinero, conoció la gloria en vida. ¡Pero Berlioz, que pasó sus años luchando con la propia pobreza y el desvío del público, haciendo guardia después de muerto á los millones del Casino!...» Luego miró más cerca, fijándose en la plaza que se abre ante el edificio. Un jardín redondo ocupa su centro.

Fijándose en los jamones que colgaban de un barrote de hierro y en las oscuras morcillas que les acompañaban, no se podía menos de pensar en algún inmenso árbol de Jauja, que había metido allí una de sus ramas, completamente llena de gigantescas frutas, tan sabrosas como picantes.

Además, entre las líneas generales de esta historia Federico iba revelando á su amigo nuevos episodios. Parecía ver con mayor relieve las cosas pasadas, fijándose en detalles hasta entonces inadvertidos.

Pero este remordimiento desvanecíase al examinar la cama otra vez, fijándose especialmente en el colchón de muelles. ¡Ella, que no había conocido otro lecho que un jergón sobre tablones en la casucha del Mosco! ¡El, que durante años aguardaba a que le dejasen libre el camastro para descansar sus huesos!...

El bandido se encogió como si fuese a saltar bajo esta caricia ruda e irreverente y su diestra levantó el rifle. Pero los azules ojillos, fijándose en el picador, parecieron reconocerle. eres Potaje, si no me engaño. Te he visto picá en Seviya en la otra feria. ¡Camará, qué caías! ¡Qué bruto eres!... ¡Ni que fueras de jierro durse!

No era tacaño en asuntos de dinero, antes bien, se mostraba generoso en la remuneración de los servicios, aunque su largueza tenía mucho de veleidosa e intermitente, fijándose más en el aspecto simpático de las personas que en sus méritos.

A los almirantes extranjeros los llamaba con estrafalarios nombres, ya creados por él, ya traducidos a su manera, fijándose en semejanzas de sonido.

Habíalos, por último, de carácter misterioso, donde la luz andaba sobradamente regateada, silenciosos, tristes, en la apariencia. Fijándose un poco, solía percibirse, a la media luz que reinaba entre el follaje de las plantas, alguna pareja amartelada. Y si el transeúnte detuviese el paso, quizá llegara a su oído el leve, blando, rumor de un beso, aunque no lo doy por seguro.

Palabra del Dia

ciencuenta

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