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Vamos por aquí; la acompañaré a usted dijo D. Evaristo con bondad . Capellanes, Rompelanzas, Olivo, Ballesta, San Onofre, Hortaleza, Arco. Ese es el camino; pero no dude usted lo que le digo... ¿Qué?, hija mía. Que yo soy honrada, que siempre lo he sido. Feijoo miró a su amiga.

Cuando Feijoo entró en el café de Madrid, Juan Pablo no había llegado aún, y decidió esperarle en el sitio que su amigo acostumbraba ocupar.

Por fin llegaron, y los dos subieron. La criada les abrió. «Ahora dijo el simpático coronel retirado , a acostarse. ¿Quiere usted que le traiga un médico?». Sin contestar, metiose ella en su alcoba. Feijoo la siguió, afligidísimo de verla en tan lastimoso estado. Después, él y la criada, cuchichearon.

Eso que no lo entiendo dijo Feijoo cayendo en un mar de meditaciones . Caprichos del corazón. Y al levantarse, apoyando las manos en los brazos del sillón, notó ¡ay!, que el cuerpo le pesaba más; pero mucho más que antes. v No pararon aquí las observaciones referentes a su decaimiento físico. Una mañana, al levantarse, notó que la cabeza se le mareaba. Jamás había sentido cosa semejante.

Feijoo, al contemplarla, no podía por menos de sentirse descorazonado. «Cada día más guapa pensaba , y yo cada día más viejo». Y ella, cuando se miraba al espejo, no se resistía a la admiración de su propia imagen. Algunos días le pasaba por bajo del entrecejo la observación aquella de otros tiempos: «¡Si me viera ahora...!».

Mas como ella se detuviera de nuevo para repetir aquel concepto de la honradez, Feijoo, que era hombre muy franco, no pudo menos de decirle: «Amiguita, usted no está buena, quiero decir, a usted le ha pasado algo muy gordo. Confiese usted a , que soy un amigo leal, y le daré buenos consejos». ¿Pero duda usted dijo Fortunata, apoyándose en la pared , que yo haya sido siempre...?

Yo no soy de esos que hablan mal de una situación, y luego van a quitarles motas al que antes desollaron. Música, música. En fin, que yo agradezco... pero no puede ser... Me ofendería, señor, me ofendería. De modo exclamó Feijoo en voz alta, abriendo los brazos y tomando un tono que no se podría decir si era de indignación o de burla , de modo que ya no hay patriotismo.

Feijoo no tomaba más que un huevo pasado y después chocolate, porque su estómago no le permitía ya las cenas pesadas. Pero en su frugal colación gozaba viendo comer a su protegida, cuyo apetito era una bendición de Dios. «Hija, tienes un apetito modelo. Te estoy mirando, y al paso que te envidio, me felicito de verte tan bien agarrada a la vida.

¿Pero no sabe usted más? le preguntó Feijoo de una manera apremiante . Yo creí que nos iba usted a dar noticia de la conferencia del Duque con Elduayen... Y ahora sale con que Sagasta está malhumorado... Dios nos asista... Pero lo de la conferencia, ¿es cierto o no?

Llamole por su nombre verdadero Feijoo, y acercose el otro a la mesa, inclinando, para ver quién le llamaba, su cara amarilla, requemada por el sol de Cuba y Filipinas. Se reconocieron. Villaamil, invitado por su amigo, dobló su esqueleto para sentarse, y tomó café... con más leche que café... «¡Ah!, ¿buscaba usted a Juan Pablo? Pues del salto se ha ido al café de Zaragoza.