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Actualizado: 4 de mayo de 2025


¡Hombre, muy hermoso!... No sabía yo que en Constantinopla hubiese un templo semejante. ¡Qué columnas tan preciosas! ¡qué columnas!... Vea V., D. Facundo, vea V. dijo Romillo quitándoselo al coronel y poniéndoselo delante al boticario. Al mismo tiempo apretó un resorte que el aparato tenía, y trocó la vista del templo por la de una figura obscena.

Origen tan humilde y azaroso explica todas las calidades y defectos del Facundo; las fallas de justicia y de verdad que han sido ya denunciadas; los aciertos de intuición social y de belleza literaria que constituyen la esencia vital de este libro.

Facundo, ignorante, bárbaro, que ha llevado por largos años una vida errante que sólo alumbra de vez en cuando los reflejos siniestros del puñal que gira en torno suyo; valiente hasta la temeridad, dotado de fuerzas hercúleas, gaucho de a caballo como el primero, dominándolo todo por la violencia y el terror, no conoce más poder que el de la fuerza brutal, no tiene fe sino en el caballo; todo lo espera del valor, de la lanza, del empuje terrible de sus cargas de caballería. ¿Dónde encontraréis en la República Argentina un tipo más acabado del ideal del gaucho malo? ¿Creéis que es torpeza dejar en la ciudad su infantería y artillería?

Como se ve, en Facundo, después de haber derrotado a los unitarios y dispersado a los doctores, reaparece su primera idea antes de haber entrado en la lucha, su decisión por la presidencia y su convencimiento de la necesidad de poner orden en los negocios de la República.

Facundo había hecho alejar sus ganados hacia la cordillera, mientras que Villafañe acudía a Mendoza con fuerzas en apoyo de los Aldaos, y él aglomeraba sus nuevos reclutas en Atiles.

Facundo anda en persona al lado del cañón que lleva la víctima moribunda por las cuatro esquinas de la plaza, porque Facundo es muy solícito en esta parte de la administración; no es como Rosas, que desde el fondo de su gabinete, donde está tomando mate, expide a la mazorca las órdenes que debe ejecutar, para achacar después al entusiasmo federal del pobre pueblo todas las atrocidades con que ha hecho estremecer a la humanidad.

Era que todos los concurrentes se habían escurrido uno a uno al leer en la mirada siniestra de Quiroga que aquélla era la última postura. Al año siguiente se contentó con mandar al remate una cedulilla así concebida: «Doy dos mil pesos, y uno más, sobre la mejor postura. Facundo Quiroga

De manera que en vuestra cabeza no tiene cabida la idea de que un hombre y una mujer viajen juntos muy limpiamente y muy decorosamente. Ya me libraré de que me acompañes en un viaje. ¡Qué horror!... Te estoy viendo como un sátiro.... Señora duquesa... suplicó el prelado, casi con lágrimas en los ojos. No te atortoles, Facundo. He ido demasiado lejos; pero era en chanza.

El maestro condesciende; Facundo comete un error, comete dos, tres, cuatro; entonces el maestro hace uso del látigo, y Facundo, que todo lo ha calculado, hasta la debilidad de la silla en que su maestro está sentado, dale una bofetada, vuélcalo de espaldas, y entre el alboroto que esta escena suscita, toma la calle y va a esconderse en ciertos parrones de una viña, de donde no se le saca sino después de tres días. ¿No es ya el caudillo que va a desafiar más tarde a la sociedad entera?

Recuerda a San Pablo, a San Agustín. ¿Quién te dice que, cooperando a ese matrimonio disparatado, no destruyes en germen un futuro padre de la Iglesia? Y ahora se me viene a las mientes una gran idea. ¿No podríamos meter a la chica en un convento? ¡Qué solución tan santa daríamos al conflicto!... En tu mano está, Facundo, un gran beneficio o un gran daño. Decide.

Palabra del Dia

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