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Actualizado: 29 de julio de 2025
Aparte de lo que me interesó el estado físico y moral de mi tío, no estaba yo tan enamorado de mi sistema de vida, que me espantaran los riesgos de trastornarle radicalmente por algún tiempo.
Cuando recibió este retrato, debía tener Robledo treinta y siete años: la misma edad que él. Ahora estaba cerca de los cuarenta; pero su aspecto, á juzgar por la fotografía, era mejor que el de Torrebianca. La vida de aventuras en lejanos países no le había envejecido. Parecía más corpulento aún que en su juventud; pero su rostro mostraba la alegría serena de un perfecto equilibrio físico.
Avanzó primeramente un grupo de doctores jóvenes, que eran muchachas en traje masculino, llevando como único emblema de su grado el gorro universitario. Algunas de ellas, esbeltas y gallardas, tenían un andar marcial que revelaba su afición á los deportes, pero las más mostraban cierto parentesco físico con el doctor Flimnap.
Diego de Arana, gobernador. Pedro Gutiérrez, teniente. Rodrigo de Escobedo, teniente. Maestre Alonso, físico. Diego Lorenzo, alguacil. Luis de Torres, intérprete. Lope, calafate. Domingo de Lequeitio. Jacome el Rico, Genovés. Pedro de Lepe. Alonso Morales. Andrés de Huelva. Francisco de Huelva. Repítalos por siempre la historia.
Habituado a mirar a las mujeres como a juguetes de niño, estaba estupefacto y hasta aterrorizado al encontrar en uno de esos seres débiles y despreciables, una profundidad de miras y una fuerza de voluntad, contra las cuales todas sus fuerzas personales, vigor físico, fortuna, situación social, autoridad de esposo, no tenían ninguna salvaguardia y estaban reducidos a la nada.
Revelábase en ella el desprecio á la carne, de los devotos fervientes; el abandono físico, la suciedad cantada como mérito celestial en la vida de muchos santos. Deseaba mortificar su carne, y su hija la veía en la mesa repeler los mejores platos, los que en otros tiempos eran más de su gusto, afirmando que ahora le repugnaban.
Mi tía había tomado la costumbre de asistir a las lecciones, aunque no comprendiese nada y bostezara diez veces por hora. Ahora bien, la contradicción, aunque no fuera dirigida a ella, le causaba furor: furor tanto más grande, cuanto que no se atrevía a decir nada delante del cura. Por otra parte, el verme discutir le parecía una monstruosidad en el orden físico y moral.
La venida del Sol despues del solsticio hiemal causa en los árboles una alteracion considerable, y lo mismo hace en la sangre de los animales: el buen Físico prueba la conmocion de la sangre, aunque sea oculta, quando ve la mutacion en los árboles; y al contrario los hombres delicados, por la alteracion que en sí mismos sienten, prueban que va en los árboles á hacerse mutacion.
Digo en cuanto a su físico; porque en lo tocante a lo demás, el hombre averiado y caduco del rincón doméstico, era el mismo personaje ostentoso de la vía pública y de los grandes salones. Refiérome a la prosopopeya y a la solemnidad.
Respirábase una atmósfera donde se mezclaba el sosiego, la mojigatería, el bienestar físico, el misticismo, la soledad y la riqueza, que no sabría decir si la hacía grata o desagradable. No era de esas estancias que acusan al instante los gustos, la vida y hasta el carácter de sus dueños.
Palabra del Dia
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