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Las señales de espanto reaparecieron alrededor de sus labios, y sus ojos abiertos sondeaban los espacios con una especie de extravío, su propio pensamiento la arrastraba, y, sin embargo, era ese mismo pensamiento el que, hacía un instante, le había inspirado el valor de arrojar a sus enemigos un victorioso reto.

Así era, en efecto; los ojos de la abandonada, vagando con extravío de uno en otro objeto, tenían al fijarse en la Virgen Santísima el resplandor del espanto. ¿Por qué tiembla tu mano? preguntó la señorita , ¿estás enferma? Te has puesto más pálida que una muerta y das diente con diente. Si estás enferma yo te curaré, yo misma.

Después de esta prueba peligrosa es mayor poco á poco el extravío del pusilánime.

Este tiempo no es muy á propósito para observar; y si á ratos toma coche, para librarse de cansancio y evitar extravío, tanto peor para los apuntes de su cartera: todo desfila á sus ojos con mucha rapidez como en linterna mágica las ilusiones de los cuadros; recogerá muy gratas sensaciones, pero no muchas noticias.

Creyéndome ella todo de Dios, poseedor de sus favores, vidente de sus perfecciones, regalado y deleitado con sus dulzuras, ni pudo recelar extravío, ni quiso presumir con soberbia que por ella hubiera yo de olvidarme de Dios. Por eso me mostró la beldad interior de su alma en toda la desnudez inocente y casta de quien nada teme.

Desde que lo blanco se oscurece, la desdicha empieza. La práctica y conciencia de todas las virtudes, la posesión de las mejores cualidades, la arrogancia de los más nobles sacrificios, no bastan a consolar el alma de un solo extravío.

El conde de Onís paseó una mirada de extravío por ellos, se dirigió al sitio donde yacía Josefina, alzola del suelo y, con ella en brazos, trató de abrirse paso. Amalia se le puso delante. ¿Adónde va usted? Y quiso arrancarle la niña.

Otra cosa sería una inconveniencia y una desgracia tal vez. ¿Qué dices? balbuceó la santa con extravío. Su aspecto en aquellos momentos infundía temor. Asemejábase á los enfermos atacados de epilepsia cuando están á punto de caer en un angustioso paroxismo.

Como los profetas, como los oradores, como todos los que triunfaron con el gesto, el actor necesita ser bello. A despecho de los siglos, Grecia y Roma viven en nosotros. Adoramos la línea. A «Cuasimodo» le perdonamos el extravío de su espina dorsal, porque sabemos que, bajo su joroba de bufón, hay un buen mozo. Lo demás es obra del instinto».

Aseguro que no soñaba yo con ver ni he visto jamás delirios más estupendos, pintados y esculpidos, ni más abominables creaciones. Y cuenta que, en medio de su extravío, no podía negarse original y distinguido talento á no pocos de aquellos artistas libres. Prescindo de la ilación y procedo á brincos y con aparente incoherencia para que esta carta sea la última, y no escribir una docena.