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Actualizado: 27 de mayo de 2025


El entierro lo harían al día siguiente en Izarte. Enviamos a un hombre a que encargara el ataúd al carpintero, y Urbistondo y yo nos quedamos en la casa. Me sorprendió bastante ver al médico de Elguea, que allí mismo sobre la mesa extendió la partida de defunción del muerto, a nombre de Tristán Ugarte, de profesión marino. Me chocó, pero no dije nada.

Magdalena extendió hacia él sus brazos, tratando de incorporarse pero aquel esfuerzo superaba a su energía y volvió a caer sin fuerzas sobre la almohada. Cuando vio esto Amaury se desvaneció su aparente tranquilidad y aterrado por su palidez y enflaquecimiento lanzó un grito y se abalanzó a abrazarla.

De pronto extendió una mano. Asiendo el brazo de su hermano, atrájole hacia y en voz baja, con el acento más lúgubre que puede imaginarse, le dijo estas palabras: ¿Ves lo que hace Zumalacárregui? Pues eso debía haberlo hecho yo. ¿No te dije que era necesario que un jefe militar se pusiese al frente de esta sagrada insurrección para organizarla?

El silencio, un terrible silencio de plomo se extendió como por encanto por el salón. La Bonnetable tomó la actitud de una persona gravemente ultrajada y la de Dumais, aplastada en su butaca, no tuvo siquiera el recurso de decir como de costumbre: ¡Oh! Francisca...

Debido á inexplicable motivo, al sentir Arturo Dimmesdale que las miradas de la niña se clavaban en él, se llevó la mano al corazón con el gesto que le era tan habitual y que se había convertido en acción involuntaria. Al fin, tomando cierto aspecto singular de autoridad, Perla extendió la mano señalando con el dedo índice evidentemente el pecho de su madre.

17 [Pe]: Sion extendió sus manos; no tiene consolador; el SE

Una mañana, los tripulantes que limpiaban la cubierta hicieron pasar un grito de la proa á la popa. «¡El capitánLo veían aproximarse en un bote, y la voz se extendió por cámaras y corredores, dando nueva fuerza á los brazos, animando los rostros soñolientos. El segundo salió á la cubierta y Caragòl sacó la cabeza por la puerta de la cocina.

Calmándose de pronto, dijo: Ya que es usted tan bravo, ¿a qué no pone la mano sobre la mesa? ¿Para qué? Para clavársela con la mía. El inglés, sin vacilar, extendió su grande y membruda mano. El conde sacó del bolsillo un puñalito damasquinado, y puso la suya, fina, de caballero, sobre la del inglés.

Uno de ellos, no el que venía delante, sino otro, extendió el brazo por encima del hombro del primero y me agarró de las narices y me dió un fuerte tirón que me hizo lanzar un grito de dolor. Di un salto de través, porque mis espaldas tocaban casi á la pared, y logré apartarme un poco de ellos; y alzando el bastón, lo descargué, ciego de cólera, sobre el que venía delante.

Con no menor saña se embistieron las galeras de don Juan de Austria y de Alí-Pachá, y ya el combate se extendió por toda la línea, sin haber galera que no combatiese. Se levantó el viento favorable a los cristianos, y como ya se ha dicho, un infierno terrible, que no otra cosa parecía la pelea, que todos peleaban como si hubieran sido inmortales. Apretada se veía la Real de don Juan de Austria.

Palabra del Dia

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