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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Muchos que estaban próximos á morir temblaban ante la idea de perder su libertad. La venganza balkánica es algo más temible que la muerte. ¡Hermano!... ¡hermano!... El capitán, adivinando los deseos ocultos en estas súplicas, evitaba el mirarles. ¿Lo queréis? preguntó varias veces. Todos movieron la cabeza afirmativamente.
Nunca llegué a acostumbrarme al espectáculo de miseria y de horror que ofrecían; casi siempre me metía en el camarote para no ver aquellos desdichados. Zaldumbide los trataba bien; pero eso no evitaba que el espectáculo fuera repulsivo. El Dragón no era de aquellos clásicos negreros que podían considerarse como ataúdes flotantes.
Freya lo contempló un momento, encontrándolo interesante, mientras el joven evitaba su mirada. Con un ademán de reina de escenario repelió el pañuelo blanco que le ofrecían para vendarse los ojos. No lo necesitaba. Las monjas se apartaron de ella para siempre. Al quedar sola, dos gendarmes comenzaron á atarla con la espalda apoyada en el poste.
Esta desviación en su camino la consideraba oportuna para cumplir las recomendaciones de prudencia que le había hecho ella. Entraría en la calle de Alicia por su parte alta, desprovista de casas. Así evitaba el cruzarse con los vecinos que á estas horas descendían al centro de Monte-Carlo.
Parecía no oír á su maestro. Pensaba por primera vez que había sido una gran torpeza no moverse de la ciudad. Envidiaba á los que podían morir en el frente. «¡El comandante Pierrefonds llevado en cuadrilla, como un esclavo negro!... ¡Ira de Dios!» Había pasado los días oculto en su casa, para no ver á los invasores. Su ama de llaves le evitaba toda salida, temiendo que hiciese un disparate.
Es una voz que suena más en el corazón que en el oído, que nada dice a los sentidos, que despierta el anhelo de las alegrías íntimas y serenas del hogar; una voz hecha como los bálsamos para curar las heridas que el mundo nos infiere... Nada nos hemos dicho de nuestro amor, pero en el brillo de sus ojos, en el cuidado con que evitaba el mirarme, he gustado más dicha que si me prometiese amarme eternamente.
Así hablaba Zaratustra, paseando su luz cerca del techo; y surgían de la obscuridad los colgantes tejidos por las arañas, enormes, seculares, como si fuesen la obra de muchas generaciones, transparentando con fulgor sonrosado la llama de la vela. El viejo evitaba romper los frágiles tejidos.
Además, esas señoras han estado verdaderamente encantadoras y llenas de deferencias por mí; y una reserva inoportuna hubiera podido perjudicarte... Es posible... Y hacerte perder tu situación. Liette no respondió. Era, en efecto, una suerte inesperada en su desgracia el haber encontrado aquella plaza fija y bien retribuida, que le evitaba las lecciones sueltas, tan ingratas como mal pagadas.
Los días siguientes sintió la necesidad de exhibirse, de hablar con los amigos en los cafés populares y en los clubs de la calle de las Sierpes. Creía que al imponer con su presencia un cortés silencio a los maldicientes evitaba los comentarios sobre su fracaso.
Enrique se había alejado, y distraíase viendo jugar al billar; varios jóvenes llamaron al gentil ayudante de campo, y, de grado o por fuerza, no tuvo más remedio que acudir al llamamiento. Sentose lejos de Cecilia, y en las prendas que él sentenció evitaba toda ocasión de aproximarse a ella.
Palabra del Dia
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