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Actualizado: 4 de mayo de 2025
El segador lo abrazó repetidas veces y se alejó lleno de júbilo. El pobre hombre se apresuró á volver pies atrás. ¿Qué manda V.? le preguntó, deseando ser útil al que había devuelto la felicidad á su familia. ¿Conoce V. á Parrón? le preguntó él mismo. No lo conozco. ¡Te equivocas! El segador se quedó estupefacto.
El cura, apenas hube acabado de pronunciar las últimas palabras, me clavó una mirada despreciativa y, extendiendo la mano hacia la puerta, dio con los dedos dos o tres castañetas y produjo con la lengua ese sonido particular con que se arroja a los perros de los sitios donde estorban. Me levanté estupefacto, el rostro encendido de vergüenza y de ira.
Delante de la puerta del cuarto de Olga, se detuvo estupefacto: veía la raya de luz que penetraba en el corredor por la rotura de la madera. Tocó la puerta sin obtener respuesta: no obstante, entró. Un segundo después, la casa se conmovía hasta sus cimientos, como si el techo se desplomara.
¿Quién habla de traición? ¡Miente! ¡miente quien lo diga! volvió a exclamar con la misma indignación García. Basta, repito. Mi resolución está tomada. Tú y yo hemos concluido para siempre. Al pronunciar estas palabras dio unos pasos hacia la puerta mirando fijamente a su amigo. Este también le miró estupefacto haciéndose cargo por aquel ademán que le arrojaba de su casa.
Tan estupefacto quedó que no acertaba a decir palabra. Inmóvil, con la copa en la mano, les contemplaba con ojos de espanto.
Ni dinero ni casa, y la pobre compañera enferma, sin otra esperanza que dar a luz su hijo en medio de la calle. La Mariposa repetía con tono estupefacto: ¡Y yo que te creía con posibles, Isidrín!... ¡Y yo que me figuraba que ganabas el oro y el moro escribiendo en los papeles!... Pero su asombro no fue de larga duración.
»Carlos permanecía de pie en un rincón del salón y nos miraba sonriendo; de pronto, dirigiéndose a Teobaldo, dijo: »Y bien, querido maestro: ¿no adivina usted que pueda haber aquí otro discípulo, que le debe la dicha de haber sido útil a su bienhechora? »Teobaldo quedó estupefacto, porque esta frase acababa de ser pronunciada en el más puro alemán.
Este era siempre el último insulto y el que, en su opinión, resumía y compendiaba todos los demás. La razón de aquella granizada de denuestos: que hacía diez minutos largos que eran sonadas las once y que esperaba. Quedé estupefacto. Pero, chica, ¿no sabes? ¿Qué?... Quise contarle el encuentro que había tenido por la mañana. Toíto lo sé; no me cuentes... ¿Y qué hay con eso?
Pues bien cerca la tenemos: Lita. Conque anímese usted a pretenderla. Me quedé estupefacto. ¿Era aquello broma? ¿Era abnegación? ¿Era arranque patriótico? Le declaré mi asombro, y me dijo: Desde que vino usted a Tablanca, está empeñado en ver visiones a ese propósito. Lo sé por algo que usted me ha dicho y otro poco que ha dejado traslucir.
Y al ver que, estupefacto por aquel brusco ataque, no respondía, siguió diciendo: Yo deseo hace mucho tiempo conocer el color íntimo de su mente de usted, no de la que se muestra en plena luz en conversaciones hechas para la galería, sino de la que se calla, de la que se reserva, de la que sólo se entrega cuando está segura de encontrar una simpatía. Estaba yo literalmente aturdido.
Palabra del Dia
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