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Actualizado: 5 de junio de 2025
Palabras que sintetizan las malas impresiones de la estancia y el placer de la partida. A que esa indiferencia desaparezca, y á que ese poderoso elemento de riqueza al par que de trabajo y sufrimiento, que lleva en sí la raza china se arraigue con carácter permanente, y no de paso ó de invernada, es á lo que yo entiendo se debe dirigir nuestra política colonial.
Ayer mismo, en Madrid, me dijeron que iría de nuevo a la cárcel si prolongaba allí mi estancia, y por la tarde tomé el tren. ¿Dónde ir? El mundo es grande; mas para mí y otros rebeldes como yo se achica, se comprime, hasta no dejar un palmo de terreno en que poner los pies. En la tierra sólo me quedas tú y este rincón tranquilo y silencioso donde vives feliz.
Pertenecía el joven marqués a la colonia veraniega del Escorial. Su madre, la marquesa viuda, poseía un bonito hotel en la parte alta del pueblo y solía venir con su hijo temprano y marchar tarde porque a éste, supuestas sus aficiones, le placía extremadamente la estancia allí. Y su madre le seguiría no sólo a este real sitio, sino a otro infernal si fuera preciso.
Había en sus palabras un dejo protector. Más vale así.» La estancia donde me hallaba era, sin duda, la sala de recibo o de espera. No grande, con una ventana de rejas a la calle, abierta a bastante altura, para que nadie se pudiese asomar sino con escalera.
Cuando, transcurridos más de dos meses, Lorenzo y Ricardo resolvieron regresar a Buenos Aires en plena y amplia posesión de la salud físico-moral que habían readquirido por la acción exclusiva y constante de Melchor, éste les manifestó el propósito de quedarse en la estancia «durante algunos días más». No te quedes, ¿para qué? vente con nosotros le repetía Lorenzo. Tengo que hacer aquí.
Envié en busca suya, y encontraron que su puerta estaba cerrada; llamamos, y nadie contestó. Forzada la cerradura, viose que su estancia estaba desierta.
Y en un instante quedó la estancia en la obscuridad más completa: cada consejero o wazir dió un soplo tan fuerte a la antorcha más inmediata, que la mató en un punto, y tanto viento agitado hizo vibrar las puertas como si hubiese un terremoto. Entonces dijo Ben-Farding , hermano Mohamad, ya pueden destocarme de esta caperuza que me cobija, que por cierto ya me incomoda.
Estaba en la puerta del edificio principal de su estancia, cuando vió llegar á un jinete vestido como es de uso en las ciudades y sobre un caballejo que le hizo sonreir. Era el oficinista. ¿Adónde va montado en ese mancarrón?... Eche pie á tierra. ¿No le parece que tomemos un mate, amigazo?...
Déjala, hija, déjala ser todo lo hermosa que dicen y algo más todavía. Á ti no te toca más que compadecerla, porque le falta á la pobrecita la hermosura mayor, que es la honra. Soledad levantó el pestillo de la puerta y penetró en la estancia.
Paso a paso, fuerza y bríos fué mi espíritu cobrando: «Caballero dije o dama: mil perdones os demando; mas, el caso es que dormía, y con tanta gentileza me vinisteis a llamar, y con tal delicadeza y tan tímida constancia os pusisteis a tocar que no oí» dije y las puertas abrí al punto de mi estancia; ¡sombras sólo y... nada más!
Palabra del Dia
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