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Actualizado: 5 de junio de 2025


Una lámpara de petróleo ilumina la estancia, donde hay mucho librote. El doctor SEELENF

A las tres de la tarde fuimos á reconocer la cumbre y circunferiencia de la primera sierra, y á medio camino nos dió un gran aguacero, motivo porque nos retiramos. Dia 1.º de Diciembre. Los primeros, habiéndolo conseguido, dicen ser este terreno á propósito para estancia, por hallarse buenos pastos, lomas grandes y las aguas buenas y abundantes con corrientes.

Cuando para disimular mejor el miedo se fueron aquéllos a jugar con su cadena, no pudo reprimir la indignación y les advirtió con un manotazo de que aquello era de «mírame y no me toques,» y para evitar más conflictos, se levantó de la silla y se puso a dar vueltas por la estancia, sin perder un átomo de su ingénita gravedad.

Cállese dijo , no sea que le oiga mi viejito. Mientras los dos hombres encendían sus cigarros, volviendo á hablar de Manos Duras y la necesidad de perseguirlo, Celinda abandonó la estancia, montando un caballo con silla femenil. Media hora después galopaba por las inmediaciones del río, pero en otro caballo y vestida de hombre.

Gocémosla algún tiempo; que en casándola, no será nuestra, sino de su marido. Razón tenéis, señor respondió ella ; pero dad orden de sacar a don Juan, que debe de estar en algún calabozo. Si estará dijo Preciosa ; que a un ladrón, matador, y, sobre todo, gitano, no le habrán dado mejor estancia.

Cuando llegó a narrarle ciertos odiosos y terribles pormenores, el conde principió a dar vueltas por la estancia como fiera enjaulada, a mesarse los cabellos, a arañarse la cara, lanzando rugidos de coraje. Al quedarse solo, mil ideas, todas desatinadas, se le atropellaron en la mente.

Pero lo que mayormente excitó la curiosidad de ambas señoras fue un gran tablero que en el centro de la estancia había, cogiéndola casi toda; una mesa armada sobre bancos como la que usan los papelistas, y encima de ella grandes paquetes o manos de pliegos de papel fino de escribir.

Tomaron éstos asiento en los dos bancos de tallado roble que iban desde el estrado hasta el extremo opuesto de la estancia, donde el hermano Ambrosio y el Maestro de novicios ocuparon sendos sitiales. Era el primero un joven enteco, alto y pálido, que oprimía nerviosamente entre sus manos un enrollado pergamino.

Avanzó por la estancia sobre la punta de los pies conteniendo la respiración, llegó hasta la alcoba y levantó las cortinas. Dio un paso más y chocó con la cama: puso la mano sobre ella y la deslizó hacia la cabecera. Sintió la presión del cuerpo de su esposa al hincharse con la respiración.

Leyó después la de su padre, escrita el jueves, antes de sentirse mal; las de sus hermanas, entre las que recibió una de la «nena» en que le pedía que al regresar de la estancia le llevara «un pichón de paloma pero que sea todo blanco»; las de sus amigos que invariablemente lamentaban su «partida en secreto, como si no quisieras despedirte»; y luego empezó a leer, por orden de fechas, las cartas de su novia.

Palabra del Dia

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