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Actualizado: 9 de junio de 2025
Cuando conocí personalmente a este insigne hijo de Madrid, andaba ya al ras con los sesenta años; pero los llevaba muy bien. Era de estatura menos que mediana, regordete y algo encorvado hacia adelante. Los que quieran conocer su rostro, miren el de Rossini, ya viejo, como nos le han transmitido las estampas y fotografías del gran músico, y pueden decir que tienen delante el divino Estupiñá.
La casa era de caña y nipa, y todo su ajuar se reducía á dos lancapes, una mesa, una banga y unos cuantos tabos de coco, destacándose en las paredes varias estampas pegadas con morisqueta. El indio nos dijo llamarse Ambrosio, estaba casado y tenía dos hijos. Veamos las necesidades morales y materiales de aquella familia.
Sentada en su sillita rodante, con un libro de estampas en la mano, fijaba esos dos ojos en su mamá, que bordaba junto a ella... ¿Quieres que te cuente un cuento, Lita? preguntábale la señora, acariciándole la rubia cabellera. No, mamá. Ya sé todos los cuentos.
Dos, señora, dos dijo Plácido corroborando con igual número de dedos muy estirados lo que la voz denunciaba . No les pude ver las estampas. Eran de estas de mantón pardo, delantal azul, buena bota y pañuelo a la cabeza... en fin, un par de reses muy bravas. A la semana siguiente, otra delación: «Señora, señora...». ¿Qué?
En dicha sala recibían visitas las monjas, y las recogidas a quienes se permitía ver a su familia los jueves por la tarde, durante hora y media, en presencia de dos madres. Adornada con sencillez rayana en pobreza, la tal sala no tenía más que algunas estampas de santos y un cuadrote de San José, al óleo, que parecía hecho por la misma mano que pintó el Jáuregui de la casa de doña Lupe.
Era la época de su gloria, durante la cual había cantado fuera de la tierra germánica las obras del más famoso de los maestros alemanes. El pequeño Karl, niño de gravedad hombruna, al ver a su madre en conversación con este desconocido, había olvidado el libro de estampas, marchando hacia ella para colocarse entre sus rodillas.
Encendió una cerilla y entonces vió en el tabique de la cabecera que en otros tiempos había sido blanco, un crucifijo y varias estampas de colores, representando generales contemporáneos, con el ros calado y el pecho cubierto de bandas y cruces, héroes de la guerra que se habían cubierto de gloria entregando territorios al enemigo ó fusilando en masa á indígenas indefensos.
Muchos ilustres varones sevillanos, influidos por la cultura italiana, se nos ofrecen ya desde aquella época como entusíastas celeccionistas de libros, estampas, monedas, cuadros, armas, y en suma, de cuantos objetos artísticos ó curiosos podian adquirir, con los cuales al mismo tiempo que enriquecían sus moradas, servíanles de enseñanza y de gratísimo recreo, librándolas de las garras de la ignorancia!
Levantose del suelo, tomó la lámpara en una mano y penetró en su alcoba. Era pequeñita y tibia como un nido y estaba adornada con profusión de estampas de Jesús y de la Virgen. El lecho, cubierto con pabellón de gasa, blanco y risueño como el altar de un bautizo. Dejó la luz sobre la mesa de noche y con semblante más tranquilo se desnudó en breves instantes.
A pesar de la profanadora faldilla, el aspecto de la imagen era imponente: el cadáver del Dios de la Caridad parecía dominar aquel conjunto ridículo de flores de trapo, candelabros sucios, estampas chillonas, tallas barrocas y pantorrillas de cera. Al examinar el templo, se notaba que todo lo demás estaba vivo o expresaba vida: el único muerto que había en la Iglesia era Cristo.
Palabra del Dia
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