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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Hablose en la mesa del tiempo, del gran calor que se había metido, impropio de la estación, porque todavía no había entrado Julio, aunque faltaban pocos días; de los trenes de ida y vuelta, y de la mucha gente que salía para las provincias del Norte. Con cierta timidez, se aventuró Fortunata a decir que su marido debía dejarse de píldoras, y decidirse a ir a San Sebastián a tomar baños de mar.
Rodaba ya el coche por las calles de Villarreal, atravesó el puente que separa a esta villa de Zumárraga y se detuvo frente a la estación, entre varias diligencias y coches desenganchados, a la puerta de una conocida fonda, cuyo extenso comedor se abre a la plaza misma, en la planta baja.
Tristán también hizo un esfuerzo desesperado para reír, pero estaba irritadísimo y no volvió a pronunciar palabra hasta llegar a Madrid. En la estación el caballero se despidió muy atento: las señoras ni le miraron siquiera. La casa de su tío Escudero, con quien vivía, estaba situada en la calle de Alcalá y era grande y lujosa.
De pronto el hombre que parecía compartir la opinión del jefe se apartó unos cuantos pasos, dio orden de formar, mandó sacar el prisionero y dispuso que, rodeado de un piquete, fuese conducido hasta los ruinosos y calcinados paredones de la estación, junto a la valla en que estaba fijado el bando prohibiendo la circulación de trenes.
Sí, la hablé de mi amor... Hablamos de la nueva estación, del frío que pronto nos ahuyentaría de aquí... Yo quería saber adonde pensaba ir, dónde y cuando podría verla otra vez. Ella me dijo: «No sé todavía adonde iré: tal vez a Niza, tal vez a Biarritz. ¿No será mejor ignorarlo, por usted y por mí?...» ¿Ve usted?... ¿Y después? Yo la dije: «Sea como usted quiera.
Mi mujer dio la mano a todo el mundo, pero no abrazó más que a Isabel y a otra persona... ¿A que no saben ustedes cuál? A Paca, a la buena y valiente cigarrera, que tanto había contribuido a nuestra dicha. Yo me despedí con verdadera emoción de mis amigos, sobre todo de Villa, de Matildita, que había ido a la estación la pobrecita a despedirme con su hermano, y del duque de Malagón.
La parte antigua, sin ser repugnante ni fea, tiene un terreno desigual, y es allí donde se ven la catedral, la cárcel, el teatro y otros edificios públicos. La parte moderna, muy elegante y simétrica, es como la fachada de la ciudad, extendida á lo largo de los muelles del puerto, desde la estacion del ferrocarril hasta el extremo sud-oeste.
La estación fue deliciosa y casi todas las familias se ausentaron de París. La Opera viose invadida por provincianos y extranjeros. M. L'Ambert frecuentola bastante menos que otras veces.
Le temblaban los ojos y los caídos bigotes de galo. A pesar de su traje de pana y su bolsa de lienzo repleta, tenía el mismo aspecto grandioso y heroico de las figuras de Rude en el Arco de Triunfo. La «asociada» y el niño trotaban por la acera inmediata para acompañarle hasta la estación.
Ademas es una plaza militar, con una extensa ciudadela que data del principio de este siglo; allí mismo tuvieron los Romanos una estación, y mucho mas tarde los Normandos una fortaleza, que fue sorprendida por los republicanos en la época de Cárlos I.
Palabra del Dia
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