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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Deseaba trabajar por su patria, cargar con una parte del dolor común, servir como las otras mujeres; y estando dispuesta á dar todos sus cuidados á los desconocidos, ¿no era natural que prefiriese á este hombre al que había causado tanto daño?... Vivía aún en su memoria el momento en que le vió llegar á la estación completamente solo entre tantos que tenían el consuelo de unos brazos amantes al partir en busca de la muerte.

Particularmente cuando se presentó Cirilo su confusión fue tan grande que Clara, advirtiéndola, se apresuró a sacarla de la estancia y llevarla a su gabinete y allí la dejó entretenida con el niño. Se pasó recado al hotel de la Castellana para que enviasen el coche con el equipaje y, después que hubieron comido, las tres mujeres se dirigieron a la estación.

A las nueve de la mañana se veía en las inmediaciones de la estación de las Delicias una multitud de carruajes de lujo, de los cuales salieron las damas y los caballeros ataviados según las circunstancias; ellas con vistosos trajes de fantasía para las excursiones campestres, ligeros y claros; ellos de americana y hongo, pero imprimiendo en este sencillísimo traje el sello de su capricho, procurando, como es justo, apartarse de los hongos y americanas conocidos hasta el día.

Mientras tanto yo envidiaba al catalán que, enteramente cubierto por la manta, no rebullía. Pero como no es posible la felicidad en este mundo, cuando yo estaba pensando en ella, apareció el revisor y le despertó exigiéndole el billete. Se levantó de muy mal humor, por no variar. Llegamos a la estación de Baeza, donde el catalán se bajó del coche. Don Nemesio y yo permanecimos en él.

Ana se vio envuelta, sin pensarlo, por aquella multitud. No se podía salir de la acera. Había mucho lodo y pasaban carros y coches sin cesar; era la hora del correo y aquel el camino de la estación. Los grupos se abrían para dejar paso a la Regenta.

Al poniente de la ciudad, cerca de las fortificaciones y fuera de su angulosa línea, se hallan, al lado de un pequeño arrabal, la estacion del ferrocarril y el primoroso Jardin Zoológico, perla y orgullo de Ambéres.

Algunos días después de mi llegada, asistí á una de esas comidas de ceremonia, que en esta estación son aquí casi cotidianas; que mi nombre fué pronunciado en tono interrogativo por el gordo subprefecto de la pequeña ciudad vecina, que estaba sentado á la derecha de la dama castellana.

Al dejar la estacion y penetrar en la ciudad podría uno creer que ha salido momentáneamente de Bélgica y se halla en una ciudad española, triste, abandonada, estacionaria, petrificada por las tradiciones de peor carácter.

Permanecí un momento contemplando aquella maravillosa vegetación, donde estaban reunidos todos los árboles del mundo, produciendo cada cual en su estación respectiva, flores y frutos exóticos.

Tenía invitados para el principio de la estación de la caza, a un gran número de amigos, entre otros a los señores de Monthélin, Hermany, de la Jardye y Saville, con los cuales la señora de Maurescamp llenaba perfectamente bien los deberes de castellana, con gracia y aun con alegría.

Palabra del Dia

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