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Actualizado: 3 de junio de 2025
Empezaron a aprender español en el dialecto del país, oscuro y corrompido; todo su espiritualismo se iba embotando, y por más que procuraban mantener el fuego sagrado de la idealidad a fuerza de sonatas clásicas, tocadas por Marta en un piano de cola, y a fuerza de libros y periódicos ilustrados que su padre hacía traer de Alemania, ello era que el medio ambiente les invadía y transformaba; el desdén con que al principio miraron y trataron a la gente tosca, en medio de la que tenían que vivir, se fue cambiando insensiblemente en curiosidad; llegó a ser interés, imitación, emulación, y el orgullo ya no consistió en despreciar, sino en deslumbrar.
Ya desde principios del siglo XV los célebres hermanos Huberto y Juan Van-Eyck habian creado en Gante y Brujas la escuela flamenca, feliz iniciadora de la independencia, la originalidad y el espiritualismo científico del arte; y Hemling y otros cuantos habian seguido mas ó ménos fielmente las huellas de los maestros.
El diablo se funda al principio en algo razonable; nos lleva por buenos términos y caminos, hasta que llegamos a cierto punto, donde ya, con mucha suavidad, empieza aquel maldito de Dios a engolosinarnos llevándonos por los atajos, y así nos extravía y nos pierde. En el caso del espiritualismo, a que nos referimos, es evidente que no son malos los principios y fundamentos.
A fuerza de descomponer, prescindir y analizar, Condillac y sus secuaces no hallan en el hombre otra cosa que sensaciones; por el camino opuesto Descártes y Malebranche, apénas encontraban mas que ideas puras, un refinado espiritualismo; Condillac pretende dar razon de los fenómenos del alma, principiando por un hecho tan sencillo como es el acercar una rosa á la nariz de su hombre-estatua, privado de todos los sentidos, excepto el olfato; Malebranche busca afanoso un sistema para explicar lo mismo; y no encontrándolo en las criaturas, recurre nada ménos que á la esencia de Dios.
Un hombre de setenta años, cuándo o dónde no había, o no ha caído en desuso este refrán, debe, o debía de tener su piel cubierta de más estratificaciones que nuestro globo. Si en este descuido de la materia, que hubo en los siglos pasados, es en lo que consiste el espiritualismo, se debe preferir ser materialista.
Ellos han sabido salvar, en el naufragio de todas las idealidades, la idealidad más alta, guardando viva la tradición de un sentimiento religioso que, si no levanta sus vuelos en alas de un espiritualismo delicado y profundo, sostiene, en parte, entre las asperezas del tumulto utilitario, la rienda firme del sentido moral.
Apenas quería creer don Braulio en el espiritualismo de las mujeres cuando suelen preferir a las susodichas habilidades otras virtudes varoniles; pero aun siendo así, ¿qué pruebas había dado él de estas otras virtudes? ¿Qué batalla campal había ganado? ¿Qué poema había escrito? ¿Qué discurso había pronunciado en las Cortes? ¿Qué sumas había ganado en la Bolsa, en el juego o en los negocios? ¿Qué cuadro había pintado? ¿Qué estatua había esculpido? ¿Qué flamante sistema de filosofía había creado en su mente? ¿Qué nueva máquina o artificio había dado a la industria humana?
De puro vieja, había tomado esta pintura un tono tan oscuro, que era difícil discernir los objetos; pero aumentando al mismo tiempo el efecto de la profunda devoción que inspiraba su vista, sea porque la meditación y el espiritualismo se avienen mal con los colores chillones y relumbrantes, o sea por el sello de veneración que imprime el tiempo a las obras de arte, mayormente cuando representan objetos de devoción; que entonces parecen doblemente santificados por el culto de tantas generaciones.
Todas esas mujeres son como estatuas, á juzgar por su exterior. Feliz el viajero que, sabiendo estimar su propia dignidad y toda la santidad y el espiritualismo del amor, desdeña á esas mujeres, mercancías que se venden públicamente al mejor postor, sin pensar en el hospital que las aguarda para el tiempo de la miseria, la fealdad y el remordimiento!
Solía volver a sus novelas de la hora de dormirse la imagen de la Regenta, y entablaba con ella, o con otras damas no menos guapas, diálogos muy sabrosos en que ponía el ingenio femenil en lucha con el serio y varonil ingenio suyo; y entre estos dimes y diretes en que todo era espiritualismo y, a lo sumo, vagas promesas de futuros favores, le iba entrando el sueño al arqueólogo, y la lógica se hacía disparatada, y hasta el sentido moral se pervertía y se desplomaba la fortaleza de aquel miedo que poco antes salvara al doctor en teología.
Palabra del Dia
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