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Actualizado: 13 de noviembre de 2025
Gotas de sudor empezaban á brotar de su descarnada frente, pero ninguno lo notaba, vivamente distraidos y emocionados como estaban. ¿Y cómo fué la trama que contra tí urdieron los sacerdotes de tu país? preguntó Mr. Leeds. La cabeza lanzó un gemido doloroso como salido del fondo del corazon y los espectadores vieron sus ojos, aquellos ojos de fuego, nublarse y llenarse de lágrimas.
Después de la sonrisa de saludo ya no le había mirado más. Sus ojos pasaron repetidas veces sobre él de un modo maquinal, sin llegar á verle. Era uno de tantos curiosos espectadores de su triunfo. En el mundo sólo existían en aquel momento la baraja y ella. Su despecho le hizo sentir una indignación de moralista. Nada le importaba que Alicia se olvidase de él.
Hay, entre otros, un zapatero, que goza en este sentido de grande autoridad, de suerte que los poetas, después que concluyen sus composiciones, se las presentan para congraciarse su favor. Léenselas, y tienen que oir mil necedades del zapatero; y cuando se representan por vez primera, todos los espectadores fijan sus miradas en los ojos del pobre diablo.
Supone que esa comedia se ha representado ante una sociedad poco numerosa. Al terminar la representación, los espectadores se comunican sus ideas y los juicios que han formado de la obra.
Isidro había salido de los primeros, con la gravedad de un notario, vestido de negro, sin soltar el bolso, volviendo la cabeza para recontar su gente: los adversarios, los padrinos, «el amigo Gómez» en clase de protegido suyo y dos jóvenes argentinos agregados a la partida con el carácter de espectadores.
El animal se detuvo en seco, suspendió un momento los movimientos de su cola, y miró con extrañeza a su alrededor... Después, a pasos lentos, dio la vuelta a la barrera que separaba la arena de los espectadores, buscó una salida, y no encontrándola, volvió al centro del ruedo, y allí comenzó a afilar sus cuernos y a levantar con ellos torbellinos de arena.
El orador termina con pocas palabras más su grandioso discurso, y levanta la sesión. Los espectadores salen del teatro medio asfixiados, tanto por las múltiples emociones que en poco tiempo habían experimentado, como por los treinta y ocho grados centígrados que había en el local. Esto pasaba en las altas esferas.
Pero al llegar á la calle, se convenció de que nadie la espiaba, y recogiéndose las faldas, echó á correr con una ligereza juvenil. Su arrugado rostro se dilató, jadeando de fatiga; sus cabellos blancos se escaparon en desorden de la pañoleta de punto con que abrigaba su cabeza. Cuando llegó al cinematógrafo, salían de él los últimos grupos de espectadores.
Al salir otra vez al patio, donde continuaba la prueba de caballos, Gallardo vio separarse del grupo de espectadores a un hombre alto, enjuto y de tez cobriza, vestido como un torero. Por debajo de su fieltro negro asomaban unos tufos de pelo entrecano, y en torno de la boca marcábanse algunas arrugas. ¡Pescadero! ¿cómo estás? dijo Gallardo estrechando su diestra con sincera efusión.
Estos monólogos, que de ordinario tienen escasa relación con la comedia propiamente dicha, consisten, en parte, en narraciones y anécdotas burlescas; en parte en alegorías alusivas á las relaciones que hay entre el autor y el público, ó, por último, en animadas alocuciones á los espectadores, etc.
Palabra del Dia
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