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Actualizado: 13 de noviembre de 2025


Poca ó ninguna era la compasión que de semejantes espectadores podía esperar un criminal en el patíbulo. Pero por otra parte, un castigo que en nuestros tiempos atraería cierto grado de infamia y hasta de ridículo sobre el culpable, se revestía entonces de una dignidad tan sombría como la pena capital misma.

Pero, no importa: seguros debemos estar de que no yerra y de que el peligro existe; es algo amenazador que flota en el aire, que vibra, como un gruñido de cólera, en el estrépito con que los espectadores van ocupando sus asientos.

En el pasillo detuviéronse el viejo y los guardias, respirando ansiosamente, magullados por el gentío. Algunos espectadores les siguieron. ¡Parece imposible! dijo uno de los guardias . Una persona de edad y que parece decente... ¿Y usted qué sabe? gritó el viejo con expresión agresiva . Mis razones tengo para hacer lo que he hecho. ¿Sabe usted quién soy yo?

La vieja alzó sus manos sarmentosas, se las pasó por los sangrientos ojos, y con muchas oscilaciones del labio inferior: Aunque.... Diiios en persona estuviese allí pronunció señalando a uno de los gigantescos panes de tabaco , yo no he de contar mentira. Oíd, espectadores del caso.

Entonces Hullin volvió tranquilamente a la granja, hablando con Nickel Bentz. El doctor Lorquin iba detrás, seguido de Plutón, y los restantes espectadores se marcharon cada uno a su sitio, alrededor de las hogueras del vivaque.

Afortunadamente, ninguna de las dos tuvo serias consecuencias; los pantalones rotos y algunas contusiones. Los espectadores, desternillados de risa, le aplaudían con calor y hasta le tiraron cigarros. Quedó muy ufano de este triunfo; tanto que, acercándose al sitio donde estaban Miguel y el Cigarrero, le preguntó a éste: ¿Eh? ¿Qué le ha parecido a V., maestro?

Quitose el matador la montera, se pasó la mano por la frente con abatimiento, se la puso de nuevo y marchó hacia el toro. Los gritos se apagaron instantáneamente; reinó un silencio lúgubre en la plaza. ¡Ha matado a su hermano! ¡ha matado a su hermano! se decían los espectadores al oído.

Consiste en que Murillo quiso que los espectadores no viesen los ojos de la ASUNCION, sino que mirasen al cielo, á donde mira la inspirada imágen. Otra cosa me llama mucho la atencion, y es la profunda filosofía que me revela el pensamiento de ocultar los piés á la Vírgen. Realmente, á una vírgen no se le deben ver los piés.

La obra, efectivamente, triunfó; el primer acto, sobre todo, risueño, pintoresco, rebosante de frescura y de elegante frivolidad, hipnotizó al público; á cada verso de «Sylvette» ó de «Straforel», contestaban los espectadores con un aplauso. Julio Claretie, el verdadero «descubridor» de Rostand, reventaba de gozo. Esto ocurría en la Comedia Francesa la noche del 21 de Mayo de 1894.

Cuando la mayor parte de los poetas dramáticos de aquel período consideraban de ordinario el argumento de sus obras como su objeto principal, manejándolo y revolviéndolo en todos sentidos para darle el aspecto y la forma que podía ofrecer la poesía para recreo de los espectadores, los hechos, que constituyen el enredo, son sólo para este poeta la expresión del pensamiento que intenta representar.

Palabra del Dia

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