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Actualizado: 20 de octubre de 2025


La Esfinge no se movió de su pedestal ni dejó de hacer calceta; y sólo dio señales de vida para responder a la ceremoniosa cortesía de la marquesa con un gesto no difícil de traducir en palabras para los que estaban avezados a leer en aquel arranciado pergamino. El gesto quería decir: ¡Pufff!... ¡Qué Peste!

Don Santiago, vencido por la impaciencia, levantose del sillón, y por encima del hombro de su mujer se puso a contemplar también el retrato. Y así se estuvieron un par de minutos sin decir palabra: la Esfinge, con su ceño indescifrable; su marido, con la boca desplegada y los ojos muy abiertos, y Ángel mirando al uno y a la otra, temblándole las piernas y con el corazón dale que dale.

La Esfinge tomó la tarjeta, púsola a conveniente luz, y clavó en el retrato la vista a través de sus anteojos, con una fijeza tan inalterable y dura, que Ángel hubiera jurado que le hacía daño en el pecho y que por eso latía su corazón tan desacompasadamente.

Ya lo ve usted, señor miembro del Jurado: no le entiende a usted. Tenga la bondad de hablar más sencillamente. Bueno. Escúcheme bien, Karaulova: la base del cristianismo es la imagen de Cristo. Las virtudes y los pecados no son sino categorías pasajeras, emanaciones personificadas de la especie humana, la esfinge enigmática, por decirlo así.

Es una linda muestra de los productos modernos, con una ligera tintura de bellas letras. «Un perfecto egoísta a la Esfinge del Periódico de las preguntas y respuestas: »Oh, Esfinge, que se oculta bajo la modesta apelación de «persona seriasiento que es usted mujer joven y bonita...» Cuando se quiere mostrar ingenio interrumpió la de Ribert, se engaña uno algunas veces...

Si usted se explicara más, señora marquesa... No hay para qué, señor don Santiago. Yo me entiendo bien, y esto sobra para . Para usted, bástele la seguridad de que no he de encomendar a la justicia el trabajo de liquidar las cuentas entre ambos. Podré ser gastadora, pero no desagradecida. La Esfinge la miró entonces con ojos de curiosidad.

La Esfinge dejó caer de sus manos la media que había cogido para entretenerse mientras hablaba Ángel, y don Santiago, que, aunque, vuelto a su sillón, todavía lanzaba ojeadas al retrato de Luz colocado sobre la mesa, volvió la mirada, mirada de angustia y desconsuelo, hacia su mujer, cuyo rostro daba frío, pero frío de tumbas y de subterráneos.

Sus caras, alteradas por el disimulo y la coquetería, eran rostros de esfinge, espejos de almas insondables. Aquellas mujeres, nacidas en las cumbres sociales, y mimadas por la fortuna, eran la obra perfecta de la Naturaleza, embellecida por las fuerzas de la civilización.

Mis proyectos de matrimonio, querido Jacques, han ido a juntarse con las nieves de antaño... El casamiento visto a la distancia se me había presentado como a otros hombres de mi edad bajo aspectos muy halagüeños... Pero, a medida que me aproximaba, fue tomando tales formas de esfinge y de quimera, que he acabado por desalentarme... Cuando he encarado de frente los inconvenientes, me he convencido de que no puedo vencerlos con mis medios... Rehuso, pues, y recobro mi libertad.

Me parece apuntó aquí la Esfinge con su voz de fantasma que sin tanto cumplimiento nos entenderíamos mejor y mucho antes. La marquesa cayó en un nuevo asombro al oír la voz de aquella estatua; y si hubiera sabido con qué mote se la conocía, quizás habría tomado la cosa más en serio, creyéndose transportada a los tiempos fabulosos.

Palabra del Dia

aprietes

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