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Actualizado: 4 de junio de 2025
En seguida el barón se lanzó contra el grueso de los asaltantes, seguido de Lord Abercombe con sus cuatro escuderos del Chesire y otros de igual temple, tras ellos Chandos y el príncipe y detrás nosotros con espada y hacha, porque habíamos agotado las flechas.
Subamos y apartémonos de aquí, que yo pondré silencio en mis rebuznos, pero no en dejar de decir que los caballeros andantes huyen, y dejan a sus buenos escuderos molidos como alheña, o como cibera, en poder de sus enemigos.
Dos valientes escuderos he perdido ya y me pregunto por qué la implacable suerte arrebata de mi lado á esos jóvenes de brillante porvenir, dejando intactas las blancas cabezas como la mía. ¿Pero no recuerdas, Roger, cómo Doña Leonor nos predijo todos estos peligros y desgracias de la pasada noche? Así es en efecto, señor.
Teletusa, tan regocijada como de costumbre, apareció con ella. Y aparecieron igualmente entre los libertados galeotes, siendo de los que mejor pagaron la libertad combatiendo a los corsarios, los dos fieles y robustos escuderos a quienes llamaban Asmodeo y Belcebú, más por broma que con suficiente motivo.
Los mantenedores ocupaban la extremidad del campo más cercana á las puertas de la ciudad. Frente á sus respectivos pabellones se veían los escudos de armas de los cinco campeones ingleses, sostenidos por otros tantos escuderos; allí las rosas de Morel, las barras gules de Leiton, el león de Percy, los grifos de Abercombe y las plateadas alas de Beauchamp.
Dos nobles amigos del barón le encomendaron á sus hijos, jóvenes y apuestos caballeros llamados Froilán de Roda y Gualtero de Pleyel, para que compartiesen con Roger de Clinton los honores, peligros y deberes del cargo de escuderos.
Un instante después se oyó el ruido seco que hacía la espada de Roger al romperse, quedándole tan sólo en la mano un pedazo de hoja de no más de tres palmos de largo. Vuestra vida está en mis manos, exclamó Tránter con triunfante sonrisa. ¡Teneos! ¡se rinde! exclamaron á una varios escuderos. ¡Otra espada! gritó Gualtero. Imposible, dijo Rodolfo; sería contra todas las reglas del duelo.
Encargóse Sancho de hacerlo así como se le mandaba, y de traerle tan buena respuesta como le trujo la vez primera. -Anda, hijo -replicó don Quijote-, y no te turbes cuando te vieres ante la luz del sol de hermosura que vas a buscar. ¡Dichoso tú sobre todos los escuderos del mundo!
Y, diciendo esto, volvió a la carreta, que ya estaba bien cerca del pueblo. Iba dando voces, diciendo: -Deteneos, esperad, turba alegre y regocijada, que os quiero dar a entender cómo se han de tratar los jumentos y alimañas que sirven de caballería a los escuderos de los caballeros andantes.
Hablo de esta manera, Sancho, por daros a entender que también como vos sé yo arrojar refranes como llovidos. Y, finalmente, quiero decir, y os digo, que si no queréis venir a merced conmigo y correr la suerte que yo corriere, que Dios quede con vos y os haga un santo; que a mí no me faltarán escuderos más obedientes, más solícitos, y no tan empachados ni tan habladores como vos.
Palabra del Dia
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