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Actualizado: 4 de noviembre de 2025


Renovaron Pisano y su hija las demostraciones de gratitud, prometieron los escuderos repetir tan grata visita y habiendo cesado la lluvia, se dirigieron éstos de la calle del Rey, donde vivía el artista italiano, á la de los Apóstoles, en cuya esquina ostentaba su muestra la Hostería de la Media Luna.

-Todo va bien hasta agora -dijo don Quijote-. Pero dime: ¿qué joya fue la que te dio, al despedirte, por las nuevas que de le llevaste? Porque es usada y antigua costumbre entre los caballeros y damas andantes dar a los escuderos, doncellas o enanos que les llevan nuevas, de sus damas a ellos, a ellas de sus andantes, alguna rica joya en albricias, en agradecimiento de su recado.

CELIO. ¡Salgan fuera de palacio! LOS DOS. ¡Salgan! Vanse. SANCHO. Matadme, escuderos. ¡No tuviera yo una espada! NU

Pero antes de separarnos, entregadme, os ruego, uno de vuestros guantes, que lo quiero llevar al frente de mi casco en torneos y combates, como prenda de la mujer amada. Dejad, barón, que yo soy vieja y nada hermosa y los apuestos señores de la corte se reirían de vos si os proclamaseis paladín de tan pobre dama.... ¡Oid, escuderos! exclamó el señor de Morel.

Llegó, en esto, uno o algunos de aquellos escuderos que estaban puestos por centinelas por los caminos para ver la gente que por ellos venía y dar aviso a su mayor de lo que pasaba, y éste dijo: -Señor, no lejos de aquí, por el camino que va a Barcelona, viene un gran tropel de gente. A lo que respondió Roque: ¿Has echado de ver si son de los que nos buscan, o de los que nosotros buscamos?

Roque, que atendía más a pensar en el suceso de la hermosa Claudia que en las razones de amo y mozo, no las entendió; y, mandando a sus escuderos que volviesen a Sancho todo cuanto le habían quitado del rucio, mandándoles asimesmo que se retirasen a la parte donde aquella noche habían estado alojados, y luego se partió con Claudia a toda priesa a buscar al herido, o muerto, don Vicente.

Cabalgaba éste á corta distancia, revestido de armadura completa á excepción del casco con luengas plumas blancas, que sostenía sobre el arzón uno de los escuderos de su escolta. Cubría sus blancos cabellos un birrete de terciopelo color de púrpura y un paje le llevaba la poderosa lanza.

-Siempre los escuderos -respondió doña Rodríguez- son enemigos nuestros; que, como son duendes de las antesalas y nos veen a cada paso, los ratos que no rezan, que son muchos, los gastan en murmurar de nosotras, desenterrándonos los huesos y enterrándonos la fama.

La atención de nuestros escuderos se fijó particularmente en dos personas que iban delante y en la misma dirección que ellos. Eran un hombre y una mujer, alto, cojo caído de hombros el primero, que llevaba debajo del brazo un objeto grande y plano envuelto en negro lienzo.

Palabra del Dia

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