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Actualizado: 29 de julio de 2025
»Después de pasar una hora junto a la tumba, vuelve a casa, se desayuna, se retira a su despacho y abre los cuadernos en que desde que es hombre viene escribiendo el diario de su vida. En ellos, durante los veinte años que ha vivido Magdalena, no se ha olvidado nunca de apuntar las acciones de su hija juntamente con las suyas, puesto que la vida del uno ha sido la del otro.
El convento de Predicadores de la orden de Santo Domingo, ocupado ahora por el Instituto, Oficinas de Hacienda y Guardia civil, se hallaba fundado en el sitio que fue la Ciudadela o principal fuerte de la ciudad de Teruel en el muro de la misma: hízose esta fundación en el año 1611, por D. Miguel Andrés, vecino de la capital cuya historia venimos escribiendo, y su titular era San Raymundo de Peñafort: gastó sumas muy considerables en la fábrica suntuosa de la Iglesia y Casa que sirvió de Colegio de estudios con muchísima utilidad del pueblo y lugares comarcanos, concurriendo a sus aulas un crecido número de discípulos, y de este mismo establecimiento y del Seminario salieron hombres notables hasta tal punto, que además de haber desempeñado altos cargos y dignidades, honraron dentro y fuera de España la ciudad de Teruel y los muchos pueblos de los que hoy constituyen su provincia. ¡Cuanto nos alegraríamos que esta saliese de su marcada apatía en la instrucción y se colocara a la altura de las capitales de España!
Isidora dio otro suspiro. Grandísimo consuelo le infundían las palabras sensatas y filosóficas de aquel bondadoso sujeto, a quien desde entonces tuvo por sacerdote. «¿Es usted....por casualidad sacerdote? le preguntó con timidez. No, señora repuso el otro, escribiendo un poco . Soy seglar. Hace treinta y dos años que trabajo en esta oficina.
El escritor, pues, que se respete y que estime su misión en lo que vale, es menester que se sustraiga y emancipe de la protección y tutela del tirano, que aprenda y ejerza oficio manual para vivir independiente, y que, de esta manera, escribiendo sólo por amor a la gloria y por filantropía, esto es, por deseo santísimo y purísimo de adoctrinar a los hombres y de hacerlos más virtuosos, componga obras merecedoras de pasar a la posteridad, para bien de las generaciones futuras, a quienes sirvan de guía y norte.
Como todos los simples que sólo han recibido una instrucción primaria y tardía, amaba con entusiasmo el estilo complicado y los neologismos que exigen largas explicaciones. El libro más interesante de la época presente iba á ser la Historia del general Doroteo Martines, obra voluminosa que estaba escribiendo su secretario.
Si algo censuro yo en usted, no para que se retraiga de escribir, sino para que siga escribiendo y se corrija, es el pesimismo tétrico, que más que por sentirlo adopta usted por moda: pesimismo, que en nuestro siglo de menos fe que los siglos pasados, tiene la desesperación por término y no aquel fin divino, ultramundano y dichoso que ponían en sus dramas, poemas, leyendas y demás escritos, autores como Calderón a quien ya hemos citado. ¿Qué importa que el mundo sea, no solo valle de lágrimas, sino tenebrosa caverna de infamias y de maldades, si así resplandece más, venciéndolo, dominándolo y hasta perdonándolo todo,
Grandísimo mi deseo de complacer á mi amigo D. Miguel Moya, escribiendo algo sobre la Nochebuena y la guerra de Cuba para un número extraordinario de El Liberal; pero mientras más cavilo, menos cosas se me ocurren.
Pero el roce con muchachos listos le había suministrado un mediano caudal de frases hechas y de ideas de repertorio, por lo cual no era de los más callados en los cafés. Disputaba sobre política, y aun metió su cuarto a espadas en ella, escribiendo en algún periodiquejo.
Ahora está escribiendo un libro serio, como él dice, el cual debe servirle de escalón para subir a la Cámara de Diputados. Afectadamente descuidado en su traje, grave, circunspecto, económico en demasía, viene a ser una fruta imperfecta de ese invernáculo de hombres públicos, que cría productos prematuros, sin primavera, sin brisas animadoras y sin aire libre; frutos sin sabor ni perfume.
Y la definía con arreglo al libro de un Padre famoso de la Compañía. «Cogiendo un catecismo del Padre Ripalda y escribiendo no donde el catecismo dice sí y sí donde dice no, se tiene hecha y derecha toda la pretendida ciencia moderna.» Urquiola se pavoneaba con esta definición que convertía el catecismo en centro de todos los pensamientos humanos, colocando al Padre Ripalda por encima de todos los grandes hombres de la historia.
Palabra del Dia
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