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Actualizado: 24 de junio de 2025


Supone usted que la religión de Cristo condena la carne, y luego dice usted para : pues voy á glorificar la carne, rebelándome contra la religión de Cristo. Parte usted de un error, fundado en el doble sentido de la palabra carne. Sin presumir de teólogo, sino como hombre de mundo, lego y profano, aunque no olvidado del Padre Ripalda, que aprendí en la escuela, digo que no tiene usted razón.

Y la definía con arreglo al libro de un Padre famoso de la Compañía. «Cogiendo un catecismo del Padre Ripalda y escribiendo no donde el catecismo dice y donde dice no, se tiene hecha y derecha toda la pretendida ciencia modernaUrquiola se pavoneaba con esta definición que convertía el catecismo en centro de todos los pensamientos humanos, colocando al Padre Ripalda por encima de todos los grandes hombres de la historia.

Allí había colocado la mano discreta de la tía mis primeros libros de estudia, conservados cuidadosamente en la familia; desde el Catecismo de Ripalda y el Fleury, hasta la Gramática de Iriarte, aquella gramática atiborrada de malos versos, que puso en mis manos don Basilio, el eterno alcalde de Villaverde, una noche inolvidable, la noche del reparto de premios. Abrí los libros.

D. GERÓNIMO RIPALDA: sabio jesuita que nació en 1536, y a la edad de quince años entró en el instituto de San Ignacio de Loyola: gran parte de su vida residió en Toledo, donde esplicó con lucimiento humanidades, filosofía y teología, y donde murió en 1618 a la edad de 84 años, dejando escrito el Catecismo y esposición breve de la doctrina cristiana, que aun sirve de texto en las escuelas públicas, y del cual se han hecho innumerables ediciones en España y en todas las naciones católicas de Europa, dejando también traducido el libro de Kempis Contemptus Mundi, o sea la Imitación de Cristo.

Mujer, me equivoqué, me expliqué mal. Lo que yo quería decir era que debía dejarme llevar, para mirar, como para todo, de mis sentimientos cristianos, de ese natural impulso mío, modificado y depurado por la educación moral y religiosa que, a Dios gracias, he recibido. ¡Pero ven acá, inocente! ¿Qué trae la doctrina del Padre Ripalda sobre esos interesantísimos pormenores?

Los muchachos no tienen en qué pensar, y como no han de ir a jugar tresillo con nosotros, se van por esos mundos de Dios, o del Diablo, y... ¡ustedes saben lo que sigue!... Y he dicho y preguntado más que Ripalda, y aquí paz y después ¡gloria! Amén. Gruñó el reloj de pesas, y soltó el repique de sus campanas disonantes. Eran las siete de la noche.

No los previó y te dejó a obscuras. Nuestro tutor, en los largos sermones que nos echaba, jamás tocó este punto. ¿Cómo habían de calcular el Padre Ripalda ni nuestro tutor que ibas a pasearte en el Buen Retiro, y que ibas a ser perseguida por un Condesito, buen mozo, elegante, ilustre, con coche y con más de 15.000 duros de renta?

Ella, en cambio, hacía mucho honor a su maestro, pues tomando sus lecciones en horas de asueto y cuando la escuela estaba desierta de muchachos, salió discípula tan aventajada, que avergonzaba a casi todos los que a la escuela asistían. Nadie sabía mejor que ella el Catecismo de Ripalda y el Epítome de la gramática. Nadie conocía mejor las cuatro reglas.

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