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Actualizado: 6 de junio de 2025
Y llegó al lugar donde estaba el bufón y le registró. Quitóle unos papeles que encontró bajo su ropilla y una llave. El bufón no se movía. Quevedo guardó los papeles, se alzó, se volvió á la puerta que estaba tras él, puso la llave en la cerradura y dijo al padre Aliaga que le había seguido: Entremos, fray Luis, entremos.
Mando al segundo una parte, otra la dejo aquí para los amigos que vengan. ¿Irá usted arriba a casa de doña Casta, o vendrá aquí? Iremos arriba... Si paseamos, puede que entremos aquí. Según esté ese. Bueno; esta noche ha de venir mi amigo el crítico. Padilla le invitará a entrar y le ofrecerá dulces. Quiero que se coma uno que tengo yo aquí preparado para él... No sabe usted cuánto le odio.
Sin embargo, la inflamacion del oido no le pertenece, como lo verémos estudiando la pulsatila; se comprende tambien su eficacia en los períodos de invasion y agudo de las enfermedades agudas. Entremos en detalles.
Se saludaron alegremente con un cordial apretón de manos. No entremos en casa dijo Reynoso . Clara anda por ahí cazando y Elena se está vistiendo. Vamos a la glorieta a descansar y tomaremos una copa de vermut o de cerveza, lo que tú quieras.
Juanito era un niño tan hermoso de cuerpo como de alma, con una inteligencia clarísima y un corazón bondadoso y caritativo. Entremos ahora en casa de don Salvador Bueno. El reloj de la iglesia acababa de dar las doce campanadas del mediodía. La casa de don Salvador, situada a la salida del pueblo, tenía un espacioso jardín.
Todo es malo replicó Cortado . Pero pues nuestra suerte ha querido que entremos en esta cofradía, vuesa merced alargue el paso; que muero por verme con el señor Monipodio, de quien tantas virtudes se cuentan. Presto se les cumplirá su deseo dijo el mozo ; que ya desde aquí se descubre su casa.
11 Y estaba allí cerca de los montes una grande manada de puercos paciendo; 12 y le rogaron todos aquellos demonios, diciendo: Envíanos a los puercos para que entremos en ellos. 13 Y luego Jesús se lo permitió. Y saliendo aquellos espíritus inmundos, entraron en los puercos, y la manada cayó por un despeñadero en el mar; los cuales eran como dos mil; y en el mar se ahogaron.
¡Oh qué horror! decía mi don Periquito con compasión, sin haberlos visto mejor en su vida. ¡Aquí no hay teatros! Pasábamos por un café. No entremos. ¡Qué cafés los de este país! gritaba. Se hablaba de viajes. ¡Oh! Dios me libre; ¡en España no se puede viajar! ¡qué posadas! ¡qué caminos!
Krilov le miró de un modo significativo a través de sus gafas, y el portero comprendió en seguida; hizo con la cabeza un signo que daba a entender que adivinaba lo que llevaba allí a Krilov y le tendió la mano. ¡Qué confianzudo! se dijo Krilov; pero estrechó con fuerza la mano dura e inflexible como una plancha. ¡Entremos en mi casa! invitó el portero. ¿Para qué? Yo sólo quería...
Mas lo que ahora se ha de hacer es dar orden como sacar a vuestro amo de aquella inútil penitencia que decís que queda haciendo; y, para pensar el modo que hemos de tener, y para comer, que ya es hora, será bien nos entremos en esta venta.
Palabra del Dia
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