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19 Y entrándose Gedeón aderezó un cabrito, y panes sin levadura de un efa de harina; y puso la carne en un canastillo, y el caldo en una olla, y sacándolo se lo presentó debajo de aquel alcornoque. 20 Y el ángel de Dios le dijo: Toma la carne, y los panes sin levadura, y ponlos sobre esta peña, y vierte el caldo. Y él lo hizo así.

Acercóse entonces un hombre de aspecto modesto que traía una carta en la mano, y preguntóle sin ceremonia si la señora condesa de Albornoz era ella misma; la altiva dama dignóse tan sólo responder con una ligera inclinación de cabeza, y el hombre le entregó entonces la carta, entrándose al punto en Loyola, de donde había salido, por la escalinata de la portería.

¿Sois la hija del cocinero mayor? dijo Dorotea. Soy su mujer contestó con cierta mortificación Luisa . ¿Para qué queréis á mi marido? Para hablarle. Acaba de salir. No importa dijo Dorotea entrándose en el cuarto . Le esperaré. Pero yo, señora, no os conozco. No le hace; vengo á preguntarle una cosa importante.

Miró Watson su reloj con impaciencia. Son cerca de las siete, y hemos de vestirnos y comer antes de ir á la Opera... Cuando las mujeres se ponen á comprar trajes y sombreros, no acaban nunca. Celinda remedó la fingida indignación de su esposo con graciosos ademanes, y acabó por besarle, entrándose luego en la habitación inmediata para cambiar de vestido.

Andando el tiempo trasladó esta austeridad a las altas horas de la noche, y entrándose en un aposento inmediato a la cámara donde dormía con su esposo, hacía que sus doncellas le diesen áspera disciplina, volviendo después al lado de su marido más alegre y amable que nunca, confortada con estos rigores contra su misma y su propia debilidad.

Entrándose en la ciudad los dos a buen paso y guiando el Cojuelo, la barba sobre el hombro , fueron hilvanando calles, y, llegando a una plazuela, reparó don Cleofás en un edificio sumptuoso de unas casas que tenían una portada ostentosa de alabastro y unos corredores dilatados de la misma piedra.

Siguiolos Cervantes, y con él algunos de los piadosos fieles, y vio que el entierro se entraba por las puertas del cementerio, y entrándose él también, pasando por entre las tumbas sobre el césped sembrado de blancos huesos, que gran descuido había entonces en los cementerios, llegó con las otras personas caritativas a un negro rincón en la umbría, donde una profunda sepultura se veía abierta; y allí pareció de nuevo el sacerdote, y asistían los sepultureros, y se cantó el último responso, y quitada la difunta del medio ataúd, lo que decía harto claro la gran pobreza de la mujer superviviente, que hasta el borde de la hoya había llegado, en ella fue puesta por los cofrades; y acreciendo entonces los ayes dolorosos de la mujer, dio a los hermanos un pañizuelo para que sobre el rostro de la finada le pusiesen, y habiéndola dado la pala con algo de tierra, un sepulturero, la arrojó sobre el cadáver temblorosa, y en el mismo punto de las desfallecidas manos fuésele la pala, y dando una gran voz de dolor desmayose, y por tierra cayera, si Cervantes, que como a impulso de un poder incontrastable se había llegado, en sus brazos no la sostuviera.

Con gran trabajo y tirando de los dos cordones a la vez, con sumo tiento, pudo Germán descorrer la contraria, y asustada por la luz, saltó entonces del altar una gallina y echaron a correr dos o tres pollos cacareando, entrándose por una puertecilla entreabierta que a la derecha del retablo había.