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Actualizado: 2 de junio de 2025
Inmediatamente me llegué al Duque y tomé su brazo, a pesar del gesto avinagrado que puso, y entramos en la antecámara como buenos hermanos. Hizo Miguel un ademán y se adelantaron tres hombres. Estos caballeros dijo el Duque con la más graciosa y perfecta cortesía, son los más leales y adictos servidores de Vuestra Majestad, a la vez que fieles amigos míos.
Sin embargo, durante el camino dirigí algunas miradas investigadoras a todos lados, con la vaga esperanza de ver la figura de mi monja entre las varias que cruzaban a lo lejos por las galerías desiertas. Por lejos que fuese, tenía absoluta seguridad de reconocerla. Salimos del primer patio y entramos en otro más grande con arquería de piedra también, pero sin cierre de cristales.
Sin embargo, Vefour pasa, como si dijéramos, por el príncipe de los fondistas de Paris. Es aquí lo que es en Madrid la fonda del Cisne ó la casa de Lhardy. Entramos.... ¡Dios nos asista! Si no hubiera sabido que me encontraba en una fonda, es seguro que me hubiera quitado el sombrero. La sala principal es una pieza régia, y podria servir perfectamente para salon de embajadores.
Nuestros conocimientos intuitivos no pasan mas allá: en saliendo de esto entramos en las relaciones generales de ser y no ser, de ser antes y ser despues, de condicion y de condicional, que no nos ofrecen nada determinado para explicar el verdadero carácter de la causalidad secundaria. Si aplicamos la mano al fuego, nos es imposible no experimentar la sensacion del calor.
Bajamos, guiados por ella, a la planta baja; atravesamos un patio, abrió un criado una puertecita verde, y entramos en un recinto semejante a una gruta. La atmósfera estaba impregnada de humedad. Escuchábase el rumor del agua, pero no la veíamos porque estaba oscuro.
Envenena con el aliento y se come a los chicos. ¿Quién la ha visto? Creo que nadie la ha visto. ¿Y usted la tiene miedo? Yo, no. Pues vamos a entrar en su casa. Vamos. Entramos en la cueva. No estaba, como en mi tiempo, llena de malezas, sino completamente limpia; en el fondo había una cama de paja, de algún pastor.
Todito el santo día ha estado diciendo: «¿Por dónde vendrá mi señor don Rofoldo? ¿Por dónde vendrá? ¡Dios quiera y no le pase una desgracia!» Entramos en la salita. ¡Qué pobre y qué triste!
Fueme simpático el anciano, y le compadecía sinceramente. Entramos pronto en confianza, y en ocasión en que quedamos solos de sobremesa, tuve con él una conversación bastante íntima. Se quejaba del calor que hacía, al cual nunca se había podido acostumbrar a pesar de vivir en
Apenas salimos del caño y entramos en el brazo principal del río, ancho, correntoso, soberbio, nos amarramos a la orilla, para esperar las últimas órdenes de la agencia. Fue allí, durante aquellas seis o siete horas, cuando comprendí la necesidad de echar llave a mi estómago, y olvidar mis gustos gastronómicos hasta nueva orden.
Pues yo me pasaba las horas muertas reproduciendo en mi memoria aquellos días.... ¡Cuántas veces me acordó de la pobre Doña Fermina tu madre! ¡Era tan buena!... ¿No se ponía a hacer media sentada junto a una puerta que hay a mano derecha como entramos en el patio? Sí, sí. Y me parece ver al Padre Respaldiza, contando chascarrillos, y a aquella Doña Perpetua que vivió más de cien años.
Palabra del Dia
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