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Actualizado: 17 de mayo de 2025


Era cruel que la vida se desarrollase centenares y centenares de siglos en esta agitación mentirosa que ocultaba una inmovilidad real. ¿Para qué, entonces, la existencia de lo creado? ¿No tenía la humanidad otro fin que engañarse a misma, dando vueltas por su propio esfuerzo a la caja circular que la aprisionaba, como esos pájaros que con sus saltos mueven una jaula que es su cárcel?...

Sin embargo, no hay que engañarse: creo que me sentía más erótico que religioso. No se pasaron muchos minutos sin que la monja portera abriese de nuevo, diciendo con el mismo acento extranjero y tono imperativo: La misa va a empezar. Venga usted. Y la seguí con la sumisión de antes, como un colegial a quien llevan a encerrar.

Es verdad que no creo completamente en el anuncio de los almacenistas, porque aquí nada es lo que parece, ni se fia tanto en la bondad intrínseca de la cosa, como en su brillante manifestacion. Como ya dije, aquí todo tiende á poetizarse, aunque nada tenga una verdadera poesía. Es menester contar, para no engañarse, con la realidad del objeto y sus aspiraciones poéticas.

Los que quieren medrar salen del pueblo; allí no hay más ricos que los que heredan o hacen fortuna lejos de la soñolienta Vetusta. «Entre americanos, pasiegos y mayorazguetes fatuos, burdos y grotescos hubiera podido escoger, seguía pensando Ana. Que lo dijera don Frutos Redondo.... Pero además, ¿para qué engañarse a misma?

Esta pésima costumbre, que ya estaba casi desterrada, vuelve a renacer ahora en forma alarmante. ¿Qué móvil puede guiar a la mujer que se pinta? ¿Engañarse a misma? Esto es pueril, pues dentro de nuestra propia conciencia sabemos que la belleza pintada suponiendo que esta pintura lo sea es una belleza pegadiza, falsa, histriónica.

Me pareció que una aguda punta entraba hasta lo más profundo de mi corazón. ¡Imposible! exclamé. Elena no puede engañarse... Jamás una palabra mía ha podido causarle la ilusión del amor. Mejor para ella en ese caso dijo Luciana con indiferencia. He conservado una impresión penosa de esta conversación. Me siento más estrechamente unido que nunca con Luciana.

Sin su consentimiento, y casi a pesar suyo, su joven hermana le prestaba los más asiduos cuidados sin que la Condesa sospechase la causa, queriendo aquélla al menos, si no podía salvarla, ocultarle hasta el último momento el golpe fatal que la amenazaba; porque los médicos de Granada, que pretendían no engañarse, habían anunciado que la Condesa no sobreviviría al otoño, y corría a la sazón el mes de septiembre.

Fría, impasible, calculadora como eco de una sociedad que era positivista antes que el positivismo tuviese una fórmula científica, ha agotado el arsenal de los sofismas ligeros, parto de esa lógica sin entrañas, con la cual el hombre pretende engañarse a mismo; pero sofismas de éxito seguro, porque hablan al egoísmo, cifra y compendio de todos los malos instintos de nuestra caída y pecadora naturaleza.

A la vista salta que la naturaleza y la realidad no son en el sistema de Zola y sus discípulos más que un par de testaferros, tras de los cuales se oculta un romanticismo enfermizo, caduco y de mala ley, donde, por sibaritismo de estilo, se rehuye la expresión natural, que suele ser noble, y se persigue con pésima delectación y artificio visible la expresión más violenta y torcida, por imaginar los autores que tiene más color. ¡Y cuánto suelen engañarse!

Es menester mucha reserva, gran exâctitud, suma diligencia para no engañarse con las inducciones.

Palabra del Dia

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