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Actualizado: 13 de junio de 2025


Lo verán desde la cazuela, y sin sacarle punta a la función, pensó don Restituto. El Padre Alesón proseguía: Esa paternidad putativa y seudomaternidad de Belarmino ocurrió un año antes de casarse con la Juana. La Juana, por el momento, no soltó prenda; pero ya casada, y así que sacó el genio, declaró que no se dejaba engañar por Belarmino, y que Angustias era una hija de tapadillo.

Sus remordimientos de engañar a D. Joaquín no la mortificaban demasiado, pues, aunque ella repugnaba el engaño y nunca había engañado a nadie sino a D. Joaquín, todavía se figuraba ella que en realidad no había tal engaño. Nada disimuló ni ocultó al casarse, y su marido por lo tanto debió comprender desde luego a lo que había de atenerse. Ella le hizo confesión general anticipada.

Sin embargo, el deber profesional me obliga a guardar silencio hasta haber recibido de París una respuesta. No puede tardar, y apenas la reciba me apresuraré a ponerla en su conocimiento. Demasiado conocemos esos medios dilatorios interrumpió Simón; hace ya dos años que se nos quiere engañar con promesas y aplazamientos.

Llevaba en papel inglés y en guineas el precio que había podido sacar por la plantación. El señor de Champcey, gracias al conocimiento minucioso que tenía de estos parajes, había podido engañar al crucero inglés y refugiarse en el paso difícil y desconocido de Crossilot.

¿Le ha ocurrido algo al Tirabeque? ¿Una bronca? ¿Una pendencia? No quiero ver nada. No me importa. Es mi libertad decía de camino, jadeando por seguir mi paso impaciente. Al llegar a la puerta de la casa, vaciló. ¿Qué quiere de , señor? ¿No me trata de engañar? Siempre le tuve por bueno.... Soy una desdichada. Ven conmigo, mujer insistí, cogiéndole la mano. Pero, ¿dónde me lleva?

He sostenido que no había nada más imperdonable, más antisocial, en toda la fuerza de la palabra, que las desuniones morales, y que eran extremadamente difíciles porque es raro que las almas nobles no se aproximen a sus semejantes, como dice Shakespeare, o que se dejen engañar tanto tiempo por los impostores para llegar hasta el momento de formar un nudo tan solemne, sin haber tenido la triste dicha de desengañarse; que lo que se llama un matrimonio equivocado, en la acepción general que se refiere solamente a la diferencia de posición social, no podía chocar más que el más absurdo, el más absurdo de los prejuicios; el que atribuye a una clase especial facultades especiales, o, mejor dicho, exclusivas; que como yo no sabía de nadie que se hubiese atrevido a decir que la virtud se probaba por títulos o se adquiría por privilegios, no veía por qué se había de prohibir a un hombre sensible y delicado el derecho de buscar la virtud donde se encuentre; que era una cosa atroz, en fuerza de ser ridícula, condenar a una mujer interesante, dotada de todas las cualidades y todas las gracias, a la desesperación de no pertenecer jamás al objeto amado, porque esta infortunada, a la que la naturaleza y la educación han concedido todos los dones, se veía privada por el azar de una circunstancia que no depende más que del azar; que si los grandes talentos imprimen a aquellos que los poseen un carácter incontestable de nobleza a los ojos del siglo y de la posteridad, el ejercicio privado de los deberes más difíciles de llenar de la religión y de la moral, aunque fuese un título menos brillante a los ojos del mundo, no era un título menos recomendable para las almas rectas y honradas; que, en consecuencia, yo nunca me atrevería a censurar una alianza del género de la que se hablaba, si podía encontrar en ella la feliz armonía de costumbres y de carácter, que es la única garantía de felicidad de los matrimonios y de la prosperidad de las familias.

Cierto que la campana de la señora Chermidy no sonaba igual que la del señor Le Bris, pero el timbre era tan dulce, que el duque se dejó engañar como un niño. Compadeció a la linda dama y le prometió que de cuando en cuando iría a llevarle noticias de su hijo. El salón de la señora Chermidy era, en efecto, el lugar de reunión de un cierto número de hombres distinguidos.

«¡Quién será el dragón que ha querido birlarlos la herencia!... ¡A ese tunante le sacaría yo las entrañas!... Cuidado que engañar así a mis niños, haciéndolos pasar por hijos de un Rufete... Quitad allá, pillos, que mi niña es duquesa y mi niño es vizconde... ¡Re-puñales!».

¡Duquesa! No os quiero engañar... desde hoy... ¿Qué...? Dejo de ser camarera mayor. Meditad lo que hacéis dijo el duque alarmado... fuera vos de palacio, no podéis ayudarme á hacer el bien del reino. Estoy cansada, don Francisco... sufro mucho... lo que pasó anoche en palacio... ¿Pero qué pasó anoche?

¡No lo haga usted! exclamó y después prosiguió con voz muy apagada: Pues bien, ... Simón es hijo suyo... Cuando volvió Princetot después de una ausencia de dos meses, yo estaba ya casi segura de mi embarazo, y hasta me alegraba de ello, tan hundida en el pecado vivía entonces, de tal modo me había usted conturbado el espíritu; estaba contenta además de que mi hijo fuese también hijo de usted... El amor me había endurecido la conciencia, y sin escrúpulo ninguno procuré engañar a mi marido.

Palabra del Dia

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