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Actualizado: 17 de junio de 2025
Tal vez murmuramos, como murmuraban los israelitas en el desierto porque no llegaban a ver la Tierra Prometida; y eso que el Maná y las codornices que les daba su Moisés no costaban nada, y los millones que nos da nuestro Moisés cuestan mucho. En fin, sea como sea, yo me atrevo a publicar esta endiablada Meditación.
Y ansí buscaba conveniente tiempo para rehacer, no la chaza, sino la endiablada falta, que el mal ciego me faltaba.
Si no hubiera tenido lástima de mi un, médico famoso, me hubiera muerto; por agradecérselo, fui un poco de tiempo la querida del tal médico: y su muger, que estaba endiablada de zelos, me aporreaba sin misericordia todos los días. Era ella una furia, el mas feo el de los hombres, y yo la mas sin ventura de las mugeres, aporreada sin cesar por un hombre á quien no podía ver.
Pensó no ver nada y vio algo que de pronto le impresionó, una mujer bonita, joven, alta... Parecía estar en acecho, movida de una curiosidad semejante a la de Santa Cruz, deseando saber quién demonios subía a tales horas por aquella endiablada escalera.
¡Oh, llave misteriosa; oh, paloma azul; oh, mariposa de Cachemira!... Señor, no fué Cachemira, fué cachetina, y cachetina endiablada la que se dieron. El uno debía y dijo nones, y el otro quiso su dinero y decía quiero: fuerza era que se sacudiesen.
El boticario, que tenía mucha gana de ir a la tertulia, aceptó las condiciones, y siempre que fue se dejó el libre pensamiento en su casa, aunque no pudo dejarse ni quiso cortarse su endiablada y taumatúrgica uña. Durante mucho tiempo fue doña Inés la única señora que en la tertulia había. Parecía aquello un club de caballeros con una señora presidenta.
Como os habréis figurado, la causa de mi susto era el primer golpe que oía de esa endiablada campana gorda, especie de sochantre de bronce, que los canónigos de Toledo han colgado en su catedral con el laudable propósito de matar á disgustos á los necesitados de reposo.
Era muy duro, sin embargo, renunciar a sus ambiciones señoriales y quedar ligado para siempre a una zafia aldeana y a una familia que había de pesar eternamente sobre sus espaldas. Así que, tan pronto como le acudió a la mente, se apresuró a rechazarlo. Pero la endiablada idea volvió de nuevo a presentársele con más alegres colores.
Luego, por el mismo continente, llegó otro carro; pero el que venía sentado en el trono no era viejo como los demás, sino hombrón robusto y de mala catadura, el cual, al llegar, levantándose en pie, como los otros, dijo con voz más ronca y más endiablada: -Yo soy Arcaláus el encantador, enemigo mortal de Amadís de Gaula y de toda su parentela. Y pasó adelante.
Apenas amanece, cuando viene Un indio de endiablada catadura, Y muy poco en la playa se detiene, Hasta que el agua llega
Palabra del Dia
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