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Si su marido de usted no tiene un criterio excepcional y no hay razón para que lo tenga , maldita la gracia que le hará encontrarla a usted tan acompañada. ¡Ay, Dios mío! ¿Y por qué? ¿Qué sería de si no le hubiese hallado a usted tan a tiempo? Puede que el bárbaro del empleado me metiese en la cárcel.

Aquel despego de la hermosa niña avivaba en mi alma, de un modo terrible, la pasión que la belleza y las cualidades de la joven habían encendido en mi, y que mi tía Pepa procuraba fomentar. Cuando por las mañanas, al salir de mi cuarto, buscaba yo a la gentil doncella, y esperaba encontrarla en el comedor, me hallaba yo a Juana, muy engestada, y mohina. ¿Qué hace usted aquí? ¡Estoy barriendo!

Ya has vaciado toda tu hiel sobre esa pobre muchacha... , señores, no era precisamente un modelo de virtud, pero tenía una voz soberbia, antes de caer en poder de Novelli... Dispense usted, interrumpió Tragomer: ¿la conocía Novelli antes de encontrarla en Inglaterra? Nunca la había visto. ¿Ha cantado en Inglaterra con el nombre de Baud antes de marchar á América con el de Hawkins? , señor.

Le recordé que había intentado en vano encontrarla en su casa y que la había escrito para participarle el casamiento. , la estricta urbanidad y nada más. Pero yo hubiera querido otra cosa... ¿Qué, señora? Un poco más de interés en hablarme de sus proyectos... antes de que fuesen definitivos... Le hubiera a usted dicho, acaso, cosas... interesantes. Siempre es tiempo de decirlas.

Los desesperados veían que, así como amenguaba la fe abajo, era arriba, entre los ricos, donde la religión encontraba sus defensores, á pesar de que su Dios los había maldecido. Los privilegiados empleaban la religión como un escudo. «Nada de esperar en la tierra la justicia para todos. Estaba en manos de Dios y había que ir á la otra vida para encontrarla.

Leyó uno de los papeles: «Agradezco tus esfuerzos, pero no puedo más...» Lo escrito en otro decía así: «La única mujer que me amo verdaderamente fué mi madre, y ha muerto. ¡Si yo tuviese la seguridad de volver á encontrarla!...» Robledo siguió examinando los demás papeles. Sólo contenían renglones borrados ó palabras ininteligibles.

Deseó que llegase pronto la noche y se le apareciese la difunta para darle sus explicaciones de deudor honrado. Pero por lo mismo que su deseo era vehemente, no pudo encontrarla en las cercanías de su casucha por más vueltas que dió en torno de ella, y eso que en la presente noche, para evitar palabras confusas y tergiversaciones en el negocio, había bebido muy poco.

Cuando no la veía y estaba lejos de la influencia de sus ojos, se mostraba menos optimista, sonriendo con una admiración irónica de la credulidad de su amigo. ¿Quién era verdaderamente esta mujer, y dónde había ido Torrebianca á encontrarla?... Su historia la conocía únicamente por las palabras del esposo.

Ahora se daba exacta cuenta de su amor, que en aquella época no hallaba tiempo ni ocasión para exteriorizarse en la intimidad de la vida doméstica. ¡Ah! ¡cuando descansase se decía entonces cuando viera asegurada su fortuna, qué feliz sería con aquella mujer, digna compañera de su opulencia, que parecía reinar sobre la gente más encopetada de Bilbao!... Pero llegó el ansiado descanso, y al buscar á su mujer, en vano se esforzó por encontrarla.

Ocurríale, sin embargo, que cuanto mayor era el encanto con que la recordaba, más intenso era también el desasosiego que le producía, porque la reflexión se hartaba de decirle que Cristeta no era flor de un día o estrella de una noche. Sólo pudo librarse de ella empleando el cobarde recurso de la fuga. ¿Qué sucedería si volviese a encontrarla en su camino?