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Actualizado: 14 de junio de 2025
Vió el joven los cuerpos de dos mastines muertos sin duda recientemente, pues tenían sus cabezas destrozadas sobre un charco de sangre. Siguió avanzando, y á pocos pasos de la casa encontró á un hombre tendido en mitad del camino. También estaba muerto. Era un peón de Rojas, un mestizo al que creía haber visto algunas veces, á pesar de que su rostro estaba ahora destrozado á balazos.
Nelet, con la gravedad de un maître d'hôtel, muy circunspecto desde que veía en la mesa al tío millonario, sacó de la cocina el plato del día, la obra maestra de Visanteta, un pescado a la bayonesa que arrancó a todos un grito de admiración. ¡Caballeros...! ¡Ni en la mejor fonda! dijo Rafael . ¡Ole por la cocinera! Don Juan encontró de mal gusto la felicitación, pero admiró la obra.
Tienes razón, Lerma, tienes razón; y ahora más que nunca conozco el grande afecto que me tienes; no me gusta estar reñido con la reina. Voy... voy... adiós, Lerma, adiós. Y el rey abrió una puerta, atravesó un largo corredor, abrió otra puerta y se encontró en la recámara de Margarita de Austria. La reina leía. Al ruido de los pasos del rey volvió la cabeza.
Allí la encontró una mañana, cerca de mediodía. Había estado en su buque, y al volver entró en el museo oceánico, por el automatismo de la costumbre, seguro de que á esta hora sólo podía tropezarse con el empleado que daba de comer á los peces.
Que transcurrida bien una hora, se abrió otra vez el postigo y salió un hombre, en quien el declarante conoció, á pesar de lo obscuro de la noche, por el andar, á su señor don Rodrigo Calderón; que apenas don Rodrigo había andado algunos pasos cuando fué acometido, y que queriendo ir el declarante á socorrerle, como era de su obligación, se encontró con el otro hombre, que le esperaba daga y espada en mano, y en quien á poco tiempo conoció á don Francisco de Quevedo.
Por su edad y sus dolencias no era capaz de hacer la guerra á campo raso, pero podía disparar un fusil, inmóvil en una trinchera, sin miedo á la muerte. ¡Que vinieran!... Lo deseaba con la vehemencia de un buen pagador ganoso de satisfacer cuanto antes una deuda antigua. Encontró en las calles de París muchos grupos de fugitivos.
La había creído igual á todas las que languidecían en sus brazos siguiendo el ritmo complicado de la danza. Después la encontró distinta. Las resistencias de ella á continuación de las primeras intimidades verbales exaltaron su deseo. En realidad, nunca había tratado á una mujer de su clase. Las de su primera época eran parroquianas de los restoranes nocturnos, que acababan por hacerse pagar.
Lo cierto es, que cuando el ministro volvió la mirada hacia atrás, notó en el rostro de la santa mujer una expresión de éxtasis y divina gratitud, como si estuviera iluminado por los resplandores de la ciudad divina. Aun referiremos un tercer ejemplo. Después de separarse de la anciana viuda, encontró á la más joven de sus feligreses.
Tiene usted razón, me sonrojo por la nobleza española. Y ambos, en testimonio de estimación, se dieron las manos al tiempo de separarse. Al salir, el marqués de Priego se encontró por casualidad al lado de Rodrigo Moncénigo. ¿No podría usted, señor barbero le dijo en voz baja, hablar por mí a Farinelli?
Blasillo dejó caer el gatillo de su larga carabina, y el capitán Massareo, por el brusco movimiento que le hizo hacer su herida, se encontró casi sentado en el puente, fijando en el gitano unos ojos mortecinos que miraban sin ver. Creo que la bala de Blasillo le había roto una pierna.
Palabra del Dia
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