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Actualizado: 12 de julio de 2025


¿Policía secreta ó ladrones? se preguntó Camaroncocido é inmediatamente se encogió de hombros; y á ¿qué me importa? El farol de un coche que venía alumbró al pasar un grupo de cuatro ó cinco de estos individuos hablando con uno que parecía militar. ¡Policía secreta! ¡será un nuevo cuerpo! murmuró. E hizo su gesto de indiferencia.

Sirviose el café y circularon los cigarros. Juana anunció que quería fumar, y tomó un cigarro para ensayarse. Le va a hacer mal exclamó el señor de Maurescamp; tomad un cigarrillo. No, no, quiero un cigarro dijo la joven cuyos ojos estaban algo empañados. El señor de Maurescamp se encogió de hombros y quedó callado.

Y mientras pasaba la lengua por la goma del sobre, moviendo la cabeza a derecha e izquierda, encogió los hombros y dijo a media voz: No tiene por qué ofenderse. Se acostó en el lecho blanco y alegre que estaba junto al de Quintanar. El viejo madrugaba más que Ana, y salía a la huerta a esperarla.

Detúvose a mirar el cuadro con aire de inteligente. ¡Bonita idea!... La fattura es correcta... ¿Quién es?... De nuevo se encogió Damián de hombros. Es una francesa, huérfana de un general, que pinta esas cosas... El señor marqués le compró hace tiempo ese cuadro... ¡Ah, !... Ya quién es: vive en la calle de Rebollo, número 68. ¿Cómo se llama?... Se llama..., se llama... Pues no me acuerdo.

¡Estás loco! exclamó Sánchez Morueta riendo. Por eso te ponen esa fama de hombre que tiene cosas. Si te tomase en serio, habría para sentir horror por lo que dices. Aresti se encogió de hombros. Pero ven acá, mediquillo chiflado continuó el millonario. Reconozco que esa gente es tan nociva y tan peligrosa como dices.

¿La gente impresionable puede entonces comunicar una impresión conforme a la realidad? Esta vez, no pude menos de reirme. Vezzera me miró de reojo y se calló por largo rato. ¡Parece me dijo de pronto que no hicieras sino concederme por suma gracia su belleza! ¿Pero estás loco? le respondí. Vezzera se encogió de hombros como si yo hubiera esquivado su respuesta.

Spadoni iba por el mundo después de su triunfo. Tal vez estaba en Beaulieu con sus nuevos amigos los ingleses. A Castro lo había encontrado Toledo entrando en el Hotel de París, donde vivía doña Clorinda. Sin duda almorzaban juntos para hablar de la ganancia de la duquesa. Atilio hasta había fingido no entender cuando el coronel le habló del suceso. ¡Envidias! Lubimoff se encogió de hombros.

Y se encogió, se dilató su pecho, y lanzó un aliento que rugía, poderoso, ardiente, indicio de la horrible lucha que conmovía su alma destrozada. , dijo impaciente Dorotea.

La señorita de Mory se encogió de hombros, hizo una mueca desdeñosa con los labios y sin dignarse responder entabló conversación con su amiga Rosario. Isidorito había triunfado, como siempre, de su contrario.

A cada remedio que proponían, Simoun respondía con una sonrisa sarcástica y brutal: ¡Ca! ¡tontería! hasta que exasperado uno le preguntó por su opinion. ¿Mi opinion? preguntó; estudien ustedes por qué otras naciones prosperan y hagan lo mismo que ellas. ¿Y por qué prosperan, señor Simoun? Simoun se encogió de hombros y no contestó.

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