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Actualizado: 19 de junio de 2025
En ellas se lee egoísmo, concupiscencia y vanidad. Hizo el enano una pausa para que Cristela se sondara a sí misma, y Cristela descubrió que el enano tenía razón. Estaba ella triste porque su curiosidad de mirar las almas la había desengañado de hombres y cosas. Y Bob le observó: A ti, Cristela, los rostros te sonríen como rosas, blancas, amarillas y encarnadas.
Después de visitar a otros dos Pacos de importancia y a una Paca beata, el Magistral, con un tantico de hambre, de hambre sana, entró por los pórticos de la plaza Nueva en la calle de Los Canónigos, atravesó la de Recoletos y llegó a la de la Rúa, y al portero del marqués de Vegallana, que era un enano vestido con librea caprichosa, le preguntó con voz temblorosa: ¿Está el señorito?
¡Quítenme a ese enano de ahí! dijo el rey ¡y si no se quiere quitar, córtenle las orejas! Señor rey, tu palabra es sagrada. La palabra de un hombre es ley, señor rey. Yo tengo derecho por tu cartel a probar mi fortuna. Ya tendrás tiempo de cortarme las orejas, si no corto el árbol. Y la nariz te la rebanarán también, si no lo cortas.
En fin: que comprendí que debía tomar yo mismo la iniciativa y buscar aparejo para salir de aquella situación molesta. Decidime a dirigir una carta a doña Tula, sin advertírselo a Gloria. Temía que su orgullo me obligara a desistir. Como que, más que a doña Tula, iba dirigida al enano sinóptico, que era seguramente quien habría de contestarla.
A pesar de su silencio, lleno de principesca dignidad, el odioso enano se explayó: Tu mala costumbre, Cristela, consiste en no contentarte con mirar el rostro de la gente, y mirarles también el alma. ¡Nunca mayor imprudencia! El rostro es, generalmente, la máscara del alma. Los rostros suelen ser agradables o interesantes; las almas son casi todas desagradables y vulgares.
Si esta excelente señora quiere seguir mi consejo, no sólo no concederá el perdón a su desobediente hija, sino que mañana mismo la reclamará. La voz cavernosa del enano, poblando de sones ásperos y profundos la estancia, resonó todavía después de haber callado.
Hasta lo echaba en la sopa. D.ª Tula, con empalagosa solicitud, se lo advertía. ¡Don Oscar! ¡don Oscar! Déjeme usted, doña Tula. Atienda usted a su estómago, y no se meta en el de los demás respondía con su voz formidable el enano, trayendo hacia si la vinagrera. En cambio, D.ª Tula abusaba fuertemente del azúcar.
Toma venganza, hermano; vénganos, venga al pueblo judío. Nada temas; la ley está en favor tuyo. Un horrible enano, hediendo a pez y a suela vieja, se acerca a mí con aire gemebundo, y suspirando fuertemente. ¡Ya lo ves! me dice. ¡Cómo nos tratan a los pobres judíos! ¡Es un viejo! Mira. Poco ha faltado para que lo maten. No cabe duda de que el pobre Iscariote está más muerto que vivo.
En cambio, pobres e insignificantes son las flores del laurel, el roble, la palma, la encina, de todas las plantas más grandes, fuertes y nobles.» Penetrada pues de la perspicacia del enano, clavóle Cristela sus ojos azules con sorpresa y hasta con benevolencia. Sus ojos azules parecían preguntar cómo pudiera curarse su mala costumbre de arrancar las rosas de los rosales...
El cíclope enano no hizo alto en esta equivocación, y pude salir a la calle satisfecho del éxito de mi visita. ¡Cómo reímos por la noche Gloria y yo de la famosa entrevista y del peligroso encuentro!
Palabra del Dia
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